En cada pueblo hay personas respetables por diversas razones que los singularizan entre los demás vecinos. En Chiquimulilla existieron cuatro señores que yo recuerdo como estampas de antaño. Los cuatros descansan en algún camposanto de las aldeas, pues ya fallecieron. Don Abrahán era un noble señor que llegó de la soñada Antigua Guatemala y eso acreditaba que su oficio de albañil era de alta calidad. Nunca supe su apellido y sólo recuerdo que se unió y formo familia con una señora de apellido Contreras. Era don Abrahán una persona tranquila que tenía la devoción de asistir a cuanto sepelio ocurría y siempre iba con su saco azul formando la fila de los hombres, pues aquí los hombres van a la derecha y las mujeres a la izquierda, más las rezadoras que van en medio. Don Abrahán siempre lleva colgado su escapulario de franciscano terciario y su cabellera de corte especial y por eso lo conocía como don Abrahán Peluca. El otro señor que recuerdo es a don Chico Macho. Él era un vecino de la aldea Sinacantán. Alto, elegante en su vestir, nunca usó calzado. Cuando se necesitaba un empleado interino en la municipalidad, mandaban a llamar a don Chico porque, a pesar de su escasa escolaridad, tenía una letra elegante que habría despertado la envidia de F. Sánchez por su caligrafía de altos quilates, sin haber estudiado más que los primeros grados de la primaria. Muchas certificaciones de nacimiento y cédulas de vecindad fueron escritas por don Chico cuando esporádicamente fungía en la alcaldía auxiliando a don Manuelito Paniagua. Don Froilán Peralta vivía en las faldas del Tecuamburro y cada poco bajaba al pueblo a ejercer su oficio de soldador de ollas, sartenes, palanganas, cualquier cosa de peltre abollada o picada, él la reparaba cuando caminaba por las calles con un su bracero y las barras de aluminio que tapaban las picaduras al derretirse. Tenía un lobanillo en la parte posterior del cuello y por eso la gente lo apodaba cebucano. Era muy inteligente e inventaba muchas cosas. Un día me contó que estaba fabricando una Rockola. Don Manuel Colorado vivía en las vecindades de Pinzón y su oficio era vender leña con la ayuda de su caballo tordillo; pero, cuando llegaban celebraciones de la Navidad, se vestía de Rey, se ponía una corona de papel dorado y con capa y espada de palo, recorría las calles del pueblo pidiendo ayuda para las celebraciones del nacimiento de Jesús. Con todo eso convivíamos en el pueblo de antaño. Ahora todos son recuerdos de lo que el tiempo se llevó.