Desde que mi gran amigo Raúl Aquiles Marroquín Paz, oriundo de Sacapulas, me regaló en la desaparecida Residencia Universitaria de la 15 calle de la zona 1, dos preciosos libros: “Guatemala, las líneas de su mano” del maestro Luis Cardoza y “El platero y yo” de Juan Ramón Jiménez, me despertó la pasión por los burros y viví pendiente de que en alguna etapa de mi vida tendría uno de esos animalitos que despiertan ternura, sobre todo cuando vemos a los campesinos en la campiña mexicana montando un burro y arrastrando los caites que no evitan que la polvareda se les pegue al sudor de los calcañales. Parecen el jinete sin cabeza. Pues figúrese amigo lector que desde mi niñez yo tenía la pasión por poseer un burro.  Y resulta que una mi tía, María Dominga Lara Monterroso, junto a su hija Paquita Martínez Lara, heredaron una finca llamada “Piedra Grande”, en la que yo, “en mis locos y ardientes desvaríos”, pensaba que allí se creaban burros. Como mi tía fue mi mecenas y benefactora, un día le pedí que me regalara un burrito, pues recordaba que para una semana monté uno disfrazado de Jesús de Nazaret, pues en Chiquimulilla se acostumbra esa representación conocida como la Procesión de la Burriquita y a uno lo llevan montado en un burro, la banda de Ixhuatán tocando Juan Charrasqueado y el gentío tras el cortejo agitando hojas de pacaya. Mi buena tía me ofreció regalarme el burro pero, como buena conocedora de las obligaciones civiles, puso una condición suspensiva: tenés que ganar el año y con notas máximas. Quizá por eso me gustaba estudiar y cada año, cuando llegaban los días finales de octubre, yo pensaba que la condición se había cumplido y entonces recibiría mi burro. Pero yo no sabía a qué año escolar se refería mi tía, porque llegué hasta graduarme de licenciado en Derecho y el burro nunca llegó. Cuando esa graduación, en primera fila del General Mayor, estaba mi tía junto a mi madre y toda la plana mayor de mi familia materna y yo, mientras respondía a los “réplicas”, pensaba que tal vez ahora sí se cumplía lo del burro, aunque la finca Piedras Grandes ya la había vendido hace años a puerta cerrada. Así que se incluyó el Platero de mis sueños. Ya entrado en años, lo que sí llegue a tener fue una yegua y como mi recordado amigo Leonel Pineda tenía un burro grandote, le mandé la yegua para que la saltara el burro, aun cuando sabía que del salto era imposible que saliera un burro pues solo saldría un macho o una mula. Así son los sueños de los niños y por el “Platero y Yo” que me regaló ese notable pedagogo fallecido en su Sacapulas, en las bellas faldas de las montañas del Quiché, Aquiles Marroquín Paz, se hace realidad lo que dijo Calderón de la Barca: “La vida es sueño”.

René Arturo Villegas Lara

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