Según las noticias que nos llegan en los programas de la computadora, ha fallecido la artista de la época del mambo, que deleitaba a tirios y troyanos al compás de los Uuuuuuhá de Pérez Prado. Eso data de mi época en la primaria, cuando ya veíamos las películas pícaras, en donde actuaban las vedettes mejicanas y cubanas, entre ellas Tongolele. Yo no sé si Aceves Mejía le copió a Tongolele o al charro de los guapangos le copio Tongolele. Los cierto es que esta pareja de artistas lucía un mechón de canas por el lado de la frente. Si hubieran sido guatemaltecos seguramente el apodo habría sido siete canas. Dice Wikipedia que el nombre es una combinación de congo y tonga y que la señora se lo aplicó después de trabajar en una cinta llamada “Han matado a tongolele”. Vaya usted a saber.
Pero con el debido respeto, no me refiero a la artista, que no era mexicana sino gringa, pero con una exuberancia de mujer antillana que daba en que pensar. Yo me refiero a un niño de mi época, que le apodábamos Tongolele, porque bailaba el mambo como si fuera la verdadera tongolele. Si quisiera describir una trilogía de patojos que trabajaban lustrando calzado en el parque o en el atrio de la iglesia de Chiquimulilla, allí estarían Mamaita, Juaniquillo y Tongolele. Por supuesto que Tongolele, Pérez Prado y su Mambo No. 5, no sirvió solo para el apodo de Tongolele, pues que también le sirvió a Chito Mambo, que le pusieron así porque por dos centavos bailaba ese famoso mambo y uno tarareaba la melodía. De Mamaíta, Juaniquillo y Tongolele, ya no se supo su paradero. Se volvieron adultos y se fueron del pueblo con rumbo desconocido; sólo a Mamaíta vi un par de veces en mi oficina y me contó que se volvió marinero y surcó todas las aguas del océano Atlántico. Me contó que se había casado con una afroporteña y que antes de embarcarse de nuevo le quería comprar una casa a su hijo, porque no sabía si de repente el barco se hundía o lo asaltaban los africanos y ya no volvería a Puerto Barrios. Del patojo fregón de nuestra infancia ya no quedaba nada. Ahora de Juaniquillo y Tongolele, ya no supe su paradero y no sé si aún viven con eso de la pandemia que se llevó a tantos amigos de infancia. ¿Y por qué Tongolele? Porque cuando por joder bailaba un mambo, se contorsionaba y movías las caderas y los hombros como si fuera Tongolele.