Se están celebrando los centenarios de dos grandes maestros de nuestra Universidad de San Carlos: Flavio Herrera y Severo Martínez. En el caso de don Flavio, que nació en 1895 no es su centenario, pero si el de Don Severo Martínez que nación en 1825. Don Flavio, a quien irreverentes le decíamos El Tigre por su novel. Aún recuerdo que “por las aristas de la cordillera va dando saltos como un tigre herido”. Don Flavio es un notable novelistas de la generación de inicios del siglo pasado, cultivador del haykais, escribió novelas de mucho valor como El Tigre, Caos y otras más; fue poeta de encumbrados vuelos y  muchos cuentos en donde se refleja su visión prodigiosa de la vida hermanada con la naturaleza. Tengo en mis manos su libro de poesía “Solera” editado en la Imprenta Universitaria en 1962 y en sus poemas se inhala el sabor de la tierruca de su estancia en Bulbuxya, allá por las praderas exuberantes de las Costa Grande, viendo tempestades cimarronas, potrillos indómitos queriendo llegar a garañones, enredaderas de quiebracajetes envolviendo cafetales, entre cantos de pájaros y luces infinitas de luciérnagas surcando la obscuridad de la noche. Cuando cursé el primer año en la Facultad de Derecho, tuve el inmenso honor de ser alumno de don Flavio Herrera en su clase de Literatura Española y Americana y no perdía una sola de sus lecciones como tampoco me perdía las de lenguaje del doctor Aguado y la de Historia Crítica de Centroamérica con el maestro Joaquín Pardo, que se enojaba si uno le decía licenciado. Don Flavio siempre asistía elegante a dar su clase por la tarde, con sombrero de alas cortas, su pipa sin tabaco y su “estocada” de finos añejos, como la mejor remembranza de la vida parisina. Recuerdo que un compañero le preguntó una vez que cómo era posible que un muchacho tierno de la vida como Fernando de Rojas, sin experiencias de burdeles, hubiese escrito la Celestina; y don Flavio contestó: “El genio lo puede todo”. Yo me siento orgulloso de decir que fui alumno de Flavio Herrera, como lo fui de Amílcar Echeverría, de Rafael Zea Ruano y de Pepe Hernández Cobos, que me inclinaron para vivir en la literatura. Cuando murió don Flavio, todo se lo dejó a la Universidad de San Carlos y a Maco Molina, se le designó para inventariar sus bienes, con la ayuda de Arturo Lara y yo. Su biblioteca era la de un genio; todo tirado en el suelo, incluyendo la foto de una mujer hermosa y bella, de las que antes lucían un clavel en un oído y detrás de la foto un haikais del pulso y letra del maestro.

El maestro Severo Martínez si cumple centenario porque nació en 1925, en la bella Xelajú. Lo conocí como como docente de la Facultad de Economía y como era amigo de Manolo Andrade, quiso conocerme porque yo había escrito mi tesis de licenciatura sobre las instituciones agrarias en la Leyes de Indias. Además, como estábamos en edificios vecinos, algunas veces asistí como simple oyente a sus clases en esa Facultad. El Maestro Severo Martínez, escribió su obra cumbre “La Patria del Criollo”, que explica cómo somos los guatemaltecos desde la perspectiva de la Recordación Florida de Fuentes y Guzmán, dos obras que ninguno debiera dejar de leer y que ha editado la Universidad. Qué bien que haya intelectuales que les entusiasma recordar a dos grandes sancarlistas: El licenciado Flavio Herrera y el maestro Severo Martínez.

René Arturo Villegas Lara

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