Los patojos de antes éramos muy irreverentes. Cuando una abuela o abuelo nos hacía una prevención sobre cómo afrontar la vida, uno pensaba que esas eran creencias de la gente de antes. Una de esas creencias era la de los puños de tierra que había que echar en la fosa mortuoria, ya cuando la caja se posaba en toda la superficie del hoyo. Cuando uno decía que no creía en eso, le ponían como el ejemplo el de la Nía Quela Barrientos, la mamá de doña Gudelia Rosales, que llegó a los 110 años. Creo nadie ha superado esa meta en Chiquimulilla. Y decían las venerables ancianas que por cada puño de tierra que se tirara sobre el cajón del difunto, que sonaban como redoblante cuando caían sobre la tapadera, uno sumaba diez años de vida. Yo digo que la gente pensaba que eso eran babosadas, porque solo echaban uno, se santiguaban y se largaban del cementerio. Pero, yo tenía un amigo de infancia que sí creía en esas cosas y solía ir al cementerio a ver los entierros; y cuando los dolientes suspendían la lloradera y pasaban al momento de los suspiros, en la fila de los acompañantes se formaba mi amigo mañoso y repetía con las plañideras que Dios le diera el descanso eterno y empezaban a marcharse por la orilla de la fosa y cada uno iba echando su puño de tierra, solo que este patojo, que presumía de ser astuto, echaba diez puños porque quería llegar a los cien años. Cuando yo, incrédulo, le pregunté si de verdad creía en eso; y me contestó que averiguara de cuántos años murió la Nía Quela, porque ella acostumbraba tirar once puños en cada entierro al que asistía, aunque solo una vez  bastaba para hacer realidad la eternidad de la vida; los demás, era perder el tiempo. Esa creencia no solo ya no se toma en cuenta, sino que con eso de los nichos de cemento, ya no le tiran tierra a las cajas del muerto, sino bodoques de mezcla para pegar los ladrillos que el albañil los tira sin inmutarse al manejar la cuchara, hasta que poco a poco va desapareciendo la luz y el finado y su caja se quedan en la tétrica obscuridad del nicho. Y es que el tiempo todo lo borra como dijo don Domingo Bethancourt, apellido que seguramente le viene del Hermano Pedro de Bethancourt, que lo heredó a Guatemala, trayéndolo desde las Islas canarias. Y sucede que todo va desapareciendo, transformándose u olvidándose, y eso incluye los puños de tierra, que quizá ya solo se tiran en la fosas en las aldeas y caseríos, donde aún entierran a los finados en el puro suelo y el montón de tierra alargada que queda visible, cuando ya desapareció la cruz, los aguaceros del invierno y los aires de noviembre terminan por aplanar el suelo y entonces sí se puede decir que todo se acabó. Así es que hay que buscar otras formas de prolongar la vida, porque eso del puño de tierra ya no sirve para nada.

René Arturo Villegas Lara

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