Este fin de semana lo he dedicado a la tarea que uno no debiera realizar, si ordenara los libros y las revistas. Entre las que guardo hay una que se llamaba “En Guardia”, de noticias sobre la Segunda Guerra Mundial; la “Revista de Guatemala” y “Revista del Maestro”, de la época de la Revolución de Octubre; las revistas Visión, Life, La Hora Dominical y algunos ejemplares de Crónica de sus primeros tiempos.
En un ejemplar de la Revista del Maestro, aparece la sección literaria dedicada a publicar cuentos que siguen la línea del criollismo, es decir, literatura de lo rural como lo que escriben los cuenteros y cuentistas de Zacapa, agrupados en una Asociación de Escritores de Oriente. Y entonces encontré unos preciosos cuentos como El Novillo Careto, La Piedra Imán, El Tamagáz y otros más del mismo sabor, gracias a la pluma de Rafael Zea Ruano, de Balsells Rivera, de Leonidas Acevedo, de Samayoa Chinchilla. En estos cuentos se siente el olor a la tierra mojada cuando en los campos se deja venir el primer aguacero de mayo y que el viento se encarga de llevar ese delicioso aroma a todos los rincones y también los sombreros de petate de los no usan barbiquejo.
En esta tarea de ocupar ocio en algo, encuentro el libro de Tito Monterroso “La Letra e”, que es un auténtico manual de vida y literatura que él fue acumulando en página breves y maravillosas. Una de esas páginas está dedicada a Juan Rulfo y me interesó su relato para escribir esta prosa mundana sobre el criollismo. Y es que en el mundo de las letras hay una opinión casi despectiva con respecto a la literatura ambientada en lo rural o, en el mejor de los casos, creer que ya pasó de moda. Por fortuna no se llega al despropósito de negarle su valor a la novela o al cuento criollo con relación a la creación que se ubica en lo urbano. ¿Qué significa Salarrué para la literatura salvadoreña? Monterroso incluye un cuento de este magnífico criollista guanaco, en su “Antología del Cuento Triste”, titulado “Semos Malos”. Y refiriéndose a Rulfo, Monterroso reivindica el lugar que debe dárseles a ese estilo de escribir sobre temas lejanos a los centros urbanos. Rulfo sólo escribió una serie de cuentos en el libro “El Llano en Llamas” y una extraordinaria novela leída y releída que tituló “Pedro Páramo”, sin olvidar que también escribió un guion cinematográfico titulado “El Gallo de Oro”, que cuenta la historia de un pobre mexicano que anda de feria en feria jugando su gallo para sobrevivir. Es la esperanza en un gallo, como la esperanza de “El Coronel no tiene quien le escriba” de García Márquez. Esos dos libros y ese guion de Rulfo, bastaron para hacer de él uno de los grandes de la literatura universal, traducido hasta en idioma vietnamita. ¿En dónde está el valor de Rulfo para la defensa del criollismo? Dice Monterroso: “…una de sus grandes hazañas consiste en haber demostrado hace veinticinco años que en México todavía se podía escribir sobre los campesinos. Entonces se pensaba con razón que éste era un tema demasiado exprimido y, al mismo tiempo, que el objetivo del escritor debía ser la ciudad y sus problemas. O Joyce o nada. O Kafka o nada. O Borges o nada. Cuando todo estábamos efectivamente a punto de olvidar que la literatura no se hace con asfalto o con terrones sino con seres humanos, Rulfo resistió la tentación del rascacielos y se puso tercamente…a escribir sobre fantasmas del campo…En ese tiempo se creyó que Rulfo era realista cuando en realidad era fantástico…En un momento dado Kafka y Rulfo se estrechaban la mano sin que nosotros, perdidos en otros laberintos, nos diéramos cuenta. Ni nosotros ni nuestra buena crítica…Pero los fantasmas de Juan Rulfo están vivos siendo fantasmas y, algo más asombroso aún, sus hombres están vivos siendo hombres…”.
Así, apreciados cuenteros y cuentistas de oriente, se puede seguir cultivando esa realidad rural, como algo real y maravilloso que existe en el hombre que se muere soplando violinetas o el que toca guitarra para que lluevan peces cuando la luna está llena.