Por la lectura de una crónica del escritor Adolfo Méndez Vides, sobre los temblores en la Antigua Guatemala, se me dio por documentarme sobre un terremoto que asoló al departamento de Santa Rosa en el año de 1913 y que se le recuerda como el terremoto de Cuilapa. Este terremoto no dejó santo parado en Cuajinicuilapa, como se le conocía antes; pero, cuentan que el general Reyes no pudo escribir tan complicada palabra en una orden militar y prefirió escribir simplemente Cuilapa y quizá de allí venga el cambio de nombre más conciso.
En Antigua uno se acostumbra a vivir con los temblores y los retumbos del volcán de fuego que hace que los vidrios de las ventanas estén en una vibración perpetua. En Santa Rosa dicen que hay una falla de los Esclavos y así se deja tranquilo al Tecuamburro para que no se piense que es el causante de esos temblores de cuando en vez. Ese terremoto de Cuilapa de 1913 también afectó a Chiquimulilla y se trajo al suelo al templo que los maestros Lico Morales y Guayo Pineda identifican como la Catedral del Sur. Y en verdad, la parte de atrás de la iglesia actual, frente a Samuelito Lau, era una ruina parecida a las de Antigua Guatemala y que no entiendo por qué a las autoridades que protegen el patrimonio cultural no dictaron disposiciones para la conservación de esas ruinas que terminaron siendo destruidas por un párroco inconsecuente. Y de verdad pudo ser una catedral porque en el atrio de la iglesia, después de ese suceso, aún había ladrillo de un piso colonial que demuestra hasta donde llegaba la construcción como de ciento cincuenta metros de largo y con su cimborrio que todavía existe. Y eso no sucedió sólo en Chiquimulilla, pues en Chiquimula se conserva la “Iglesia vieja” que seguramente la destruyó un terremoto y que se mantiene en pie, sin techo, mostrando la elegancia de su arquitectura como un monumento nacional. Incluso, el poeta Héctor Manuel Vásquez, abogado oriundo de Chiquimula, escribió un sentido poema a la Iglesia Vieja y que forma parte del parnaso de la Perla de Oriente.
En 1947 ocurrieron una serie de temblores en Chiquimulilla y nadie pudo decirnos de dónde venían. La verdad es que los artesones de las casas crujían a cada rato y todos salíamos corriendo a las calles por si los techos y las paredes se venían al suelo. El mayor ruido que escuchábamos era la tronazón del techo de la iglesia, pues por lo grande que es, parecía que se caía con todo y las campanas que sonaban por el movimiento de la tierra, pues Gavino, el sacristán, salía corriendo para el parque y no podía estar tocando las campanas. Recuerdo que el pánico era mayor en las noches; pero, afortunadamente era época de verano y no había de otra que salirse a dormir al patio por órdenes de mi abuela que sabías de esas cosas porque sufrió el terremoto del tiempo final de Estrada Cabrera, cuando vivía en la Villa de Guadalupe. Para dormir en el patio solo nos cuidábamos de los zancudos y que resultáramos con paludismo. Los temblores los sentimos durante unos ochos días y así como llegaron de repente, de repente también se fueron. Y como digo, nadie nos dijo de donde habían llegado y gracias a Dios, los que vivíamos en casa de adobe, apuntalas las paredes únicamente con muchetas, le hicieron fijo al tormento y seguimos viviendo allí como si nada.