René Arturo Villegas Lara

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Hace algunas décadas que vivió en Guatemala un animador de televisión de origen cubano que se llamaba Gaspar Pumarejo: y cuando le ofrecieron un plato de fiambre dijo que se estaba comiendo un paisaje. ¿Cuál es el secreto, él no sé qué del fiambre? No se sabe.

Quizá está en que hay que esperar que llegue el Día de los Santos para comerlo con el auxilio de los recuerdos de nuestros muertos. Y no hay que olvidar la cabecera, que puede ser un ayote en dulce de panela o jocotes en miel, de los que son de la temporada.

En Chiquimulilla, ese día y más es el de finados, el 2 de noviembre, no decían que el primero es de los ángeles, o sea los niños que se fueron muy pronto y el dos de los grandotes que avanzaron más en el tiempo de la vida.

Recuerdo que una vez un cliente de mi oficina me dijo que le arreglara los papeles de su “finadito”. La clienta era una señora llamada Desideria; pero, la conocíamos como la Nía Yeya, y el esposo le había dejado como herencia un paraíso porque brotaba el agua por todos los rumbos, en eso que llaman “Ojos de Agua”.

Los xincas, y me imagino que todos los pueblos originarios, acostumbran llevarle comida a los difuntos y mejor si es un plato de fiambre. Yo era reacio a comer algo en el cementerio porque presentía que por el invierno que acababa de pasar, obedecía a mi abuelita Isabel decía que las miasmas se desprendía como vapor y se impregnaban en las tostadas, en las granizadas, en la chicha y todo lo que vendían en el cementerio convertido en un mercado anual. El comercio no tiene fronteras.

Y allí andaban los pintores de brocha gorda, que en verdad era una escoba, encalando panteones y tumbas a última hora. Y el cura diciendo responsos de tumba en tumba acompañado de la banda ded Ixhuatán. Al final del cementerio, ya llegando al potrero de don Tuno Pivaral, los xincas se sentaban, prendían candelas de cebo y adornaban las tumbas con adornos de papel de China con flecos de colores.

No comían fiambre porque allá eso no se conoce, por lo menos en años anteriores; pero sí quesadillas y pan de muerto, sin faltar el trago del guaro que estuviera de moda: conejo, camarón, venado o indita. La primera noticia que yo tuve del fiambre era porque decían que lo vendían en la casa de doña Elena Jorquín, la dueña de la Pensión Elena; pero, nunca lo comí. Yo vine a probar ese plato “golorioso”, como decía mi maestro Humberto Hernández Cobos, ya cuando tenía mi hogar en Jardines de La Asunción.

Entonces, con mi esposa, fuimos a comprar un plato a una casa situada en la avenida de los árboles, Después lo comprábamos donde mi paisano Ramiro Pineda, en el restaurante El Bosque. Ramiro hacía cantidades comerciales de fiambre. ¿Y cuál será el embrujo de ese ordenado relajo de embutidos, verduras, cecina, sardinas con queso de Zacapa espolvoreado, hilitos de pacaya, trocitos de palmito, espárragos y el delicioso caldillo? A saber.

Pero yo me dedicó a comerlo durante unos cuatro días, aunque hay amigos que he conocido, como el licenciado Alfredo Bonatti, que me contaba que él comía fiambre durante quince días.

Así, queridos lectores, venga de donde venga y lo haya inventado quién sepa quién jodidos, usted tómese su trago, mejor si es de guaro nacional en octavos, y siéntese con la compañía y el recuerdo de sus muertos y coma fiambre por los días que aguante, que al fin y al cabo solo se prepara para el Día de los Santos, porque ese es el secreto del fiambre, comerlo a cada año.   

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