René Arturo Villegas Lara

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Mi tío Herlindo Villegas Orantes, escritor de nostalgias sobre Guazacapán, contaba que después de algunas décadas volvió a su terruño y se encontró con que nadie lo conocía y entonces sintió que era extraño en su propio pueblo. Toda su generación se había extinguido. Así nos pasa a quienes hemos migrado del lugar en donde fuimos niños y adolescentes y de repente volvemos al terruño por el fallecimiento de un pariente o para el 2 de noviembre, para llevar flores a las tumbas donde enterramos a los que se fueron, aunque de ellos ya no quede nada más que polvo. La misma impresión de mi tío experimenté, ahora que fui a enterrar a un hermano muy querido. Muchas personas se acercaron a darme sus condolencias y yo ya no los conocía, tal vez algunos compañeros en la primaria.

Al regreso del cementerio, por la vieja calle del Urayala observé que “cómo pasan los años” y con esos años se va llevando hasta la memoria de lo que fue, la misma historia terminara de olvidarse. Ahora que regresé a Chiquimulilla, me recordé de muchos personajes inolvidables, no por cualidades que los hicieran notorios, sino por diferenciarse del comportamiento de los demás habitantes. Cuando cursaba la primaria, en el recreo fui al almacén de Samuelito Lau, a comprar unas cocadas. En eso vi que por la acera de la casa de don Juan Díaz, venía don Camilo Mancilla, el único no vidente que vivía en el pueblo, conduciéndose con la ayuda de un bastón. Nunca supe en qué casa habitaba. Cuando quiso cruzar la calle para llegar al mercado, yo lo tomé de la mano y le ayudé a pasar el empedrado, para llegar a la refresquería de doña Cande.

Esa acción la recibí en un curso que se llamaba “Moral y Urbanidad”. Al regresar al aula, le conté mi ayuda al profesor don Pedro Aguilar, y quizá por eso en mi certificado de notas de fin de año decía: “Moral y urbanidad: muy bueno”. Otros vecinos tenían sus excentricidades y su entendimiento lo perdían cuando bebían guaro. “Nana Güina”, por ejemplo, era un ayudante de camionetas y en su juicio era muy normal. Pero, cuando agarraba fuerza, le daba por maltratar a las personas.

Su blanco preferido era doña María Monzón de Morales, esposa de don Tono Morales; y ya borracho empezaba a maltratarla, y decía: “A ver la María, a ver don Tono…” y le agregaba otros improperios que repetía, hasta que lo llevaban a prisión. Chaco Pelo, era otro vecino curioso. Creo que vivía en el Ujuxtal y cuando llegaba al pueblo por largas semanas, dormía en una casa derruida, frente a la herrería de don Pancho Sulin. Su problema era el odio al pelo. Cuando le regalaban comida, los patojos irreverentes le decíamos: «Vos Chaco ese pan tiene pelos“. Entonces lo tiraba aunque se quedara con hambre. Y “Tío Meco”. Era una persona normal, pero cuando agarraba fuerza le daba por hablar en inglés, diciendo jerigonzas que para él eran en idioma inglés.

La Cachubalé era una mujer que había perdido la memoria. El padre Shumann y Gabino, el sacristán, permitían que durmiera en el templo y los patojos malcriados gozábamos gritándole: “Cachunbale, cachumbalé”, para que nos contestara: “sus madres hijos de la gran p…” Por lo menos sí sabía el significado de su respuesta”. De repente se desapareció y nadie supo en qué paró. También existió un señor bajito que siempre andaba con babas y no sé por qué le decían “empura”;  y Martín, también de escasa memoria,  que llegaba de Sinancantán, y cuando uno le decía: “Martín: manos arriba”, contestaba, estirando los dedos pulgar e índice: “Te voy a dar un tiro balazo”. Lico Cabecita era un patojo que nació con la “morra” muy pequeña y por consiguiente también el cerebro, su oficio era hacer mandados. Vivía al cuidado de su hermana llamada Pascuala, que trabaja de doméstica en la pensión Elena, de doña Elena Jorquín, con el encargo especial de tirarle agua hirviendo a los chuchos callejeros que se metían a la Pensión.

Doña Elena era una persona respetada, de misal y camándula en mano; y contaban que cuando estaba rezando algún novenario y escuchaba que un chucho andaba en el corredor, gritaba: “Pascuala: tirale agua hirviendo a ese chucho”.

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