Cuando sucedió la Revolución del 20 de Octubre de 1944, en mi pueblo, Chiquimulilla, solo se podían ver sus calles y sus avenidas, su iglesia vieja y su antiguo parque, cuando llegaba la luz del día, pues al igual que Guazacapán y Taxico, el pueblo de Juan José Arévalo, no gozaban de energía eléctrica. Así que, entrada la noche, los patojos de la cuadra no teníamos más distracción que sentarnos a la orilla de una banqueta de la cuadra y contar cuentos y leyendas de espantos. Pero, gracias a un radio telefunken que don Octavio González tenía en la única farmacia del pueblo y que conectaba a un acumulador de carro, se pudo saber que había bulla en la capital. Entonces los viejones del pueblo como don Tono Alfaro, don Mario Orozco, don Fío González, don Salvador Melgar, don Ovidio Villegas, don Adán Martínez y muchos más que después se unieron en la filial del Frente Popular Libertador, sacaron la marimba de Colindres y armaron un fiestón en la esquina de la comandancia. Fue entonces cuando, como ya lo conté, el comandante salió con la escolta y dijo aquel improperio: “No ha caído Ponce hijos de la gr puta” Pero sí, Ponce había caído y ahora gobernaba una junta de gobierno. La patojada, casi todos de cinco años de edad, no entendíamos mucho de lo que ahora se viviría, pero sí sentíamos un ambiente distinto y se respiraba una briza de alegría con los barriletes de octubre y noviembre transportando esperanzas.
Entonces vino la campaña a elegir nuevo gobierno y aunque hubo muchos candidatos según la historia, el doctor Juan José Arévalo Bermejo, un maestro normalista originario de Taxisco, arrasó con más del 80% de la votación. Todo el pueblo: campesinos y maestro finqueros eran arevalistas, pues se oteaba que era la esperanza de que fuera realidad una de sus frases célebres: “Juntos construiremos una nueva Guatemala”. Y entonces principiamos la primaria con maestros seguidores del maestro presidente, lo que era natural porque en el tiempo de la dictadura ganaban míseros catorce quetzales. Y aquí viene lo que no imaginé que se repitiera y no cabe duda que la historia es una especie de círculos concéntricos. Resulta que un compositor mexicano de nombre Pedro Galindo Galarza compuso un corrido con el nombre de ¡Viva México! Que todos cantaban con letra diferente, pues decían ¡Viva Arévalo! Y a mí se me quedó grabada en la memoria la canción, porque cuando con mi amigo Hugo Salazar Pérez, íbamos por la calles íbamos chiflando el corrido de viva Arévalo, también repartíamos propaganda del candidato blanco que tenía gravado un corazón que decía “Arévalo en el Corazón de Guatemala”. Don Toyo Salazar nos pagaba diez centavos por repartir los volantes. En la reciente campaña volví a escuchar ese corrido mexicano con letra dedicada al hijo de don Juan José, solo que con menos difusión porque en ese tiempo casi era un himno popular. Y lo curioso es que uno cree que las cosas no van a repetirse; pero, esa es la realidad histórica: la historia llega un momento en que se muerde la cola. Oír de nuevo ese corrido me trasportó a mis cinco años de edad.