Los xincas de Chiquimulilla se asentaron en esas faldas del volcán de Tecuanburro, porque al lado de oriente y al del poniente, había un río que los surtía de agua para todos los menesteres de la vida. El de oriente, que aún tiene un escaso hilo de agua, se llama Ixcatuna o río grande; y el del poniente, lo conocimos como río Urayala, que se esfumó en un mes de septiembre de hace varios años, cuando se desprendieron parte del volcán y arrasaron con el cauce y soterraron de piedras grandes como huevos de dinosaurio. Este río era pequeño, casi un riachuelo; pero, nosotros le poníamos tapas de piedras y hojas de bijagüe y lográbamos formar posas para aprender a nadar. Los dos ríos eran limpios y de aguas cristalinas; pero, a veces había que tener cuidado en el Urayala porque don Israel Ruíz, el mago de los chicharrones y el mushque, lavaba las tripas del coche riachuelo arriba, para luego fabricar las morongas y las longanizas. Ahora, del río Ixcatuna, el cuidado que había que tener era desaguarse arribita de donde se juntaba con un pequeño río que venía de la vivienda y el trapiche de don Gilberto Melgar, porque mi abuela decía que traía desagües y reductos de la molienda. Pero, en honor a la verdad, nunca nos enfermamos a causa de chapotear en las pozas en donde aprendimos a nadar: Candeleros, La Chorrera, La posa del Mango y la profunda poza del Burro.
En cada pueblo hay leyendas que se vuelven leyes de vida. En Chiquimulilla se dice que quien se bañaba en el Urayala y comía el delicioso mushque, ya se iba del pueblo. Después se inventó que quien comía en el restaurante del Amigo Viejo, el chino Carlitos León, siempre volvía a degustar el camarón fuyón. Cuando a uno le preguntan qué comida es el plato del pueblo, la respuesta es unánime es. “El mushque”. En mis años de vivir en ese añorado pueblo, era una vianda para bocados de cardenal. Lo fabrican con los menudos del coche, los pozoles que quedan en el perol de la frita y, sobre todo, el buche. Luego le añaden hierba buena, cebolla, chile pimiento bien picado y no sé qué más menjurjes. Don Israel era diestro en eso de cocinar mushque y vendía las porciones en hojas de plátano. Ahora han aparecido otros fabricantes de mushque, y espero que lo hagan con la fórmula de antaño, esperando que a quienes no les ha llegado ese sarro que se llama colesterol, tengan el sublime placer de saborearlo, aunque tal vez vale la pena correr el riesgo de una operación de corazón abierto. Yo recuerdo que ya de adolescente y ya le entraba a los farolazos, mi pandilla formada por Reynaldo Solares, Rolando Segura, Víctor Escribá y dirigidos por nuestro recordado profesor, don Lico Morales, nos subíamos a los simborrios y la cúpula de la Iglesia Vieja, proveídos de suficiente mushque, limones, tortilla y unos cuantos octavos, a disfrutar de esa deliciosa comida y del paisaje de la costa que terminaba en las orillas del mar, hasta que un día el padre Shuman y Gabino, su sacristán, nos bajaron a leñazos por la irreverencia de profanar las ruinas de la Iglesia. Hoy quizá usted conozca mi pueblo y no se quede allí porque el Urayala ya no existe y no se puede bañar; pero, seguramente regresará una vez más y por la mañana debe visitar el mercado para comprar el mushque, aunque ya no viva don Israel. Se lo aconsejo.