René Arturo Villegas Lara

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Rene Villegas

Estudiando en la madrugada

Homenaje al Día del Maestro

La casa de mi abuelita materna, en donde he vivido toda mi vida, estaba situada en el barrio de Chanpote, por el rumbo oriente del pueblo. Por eso, en la madrugada veía como el sol se iba asomando por las aristas de la cordillera de Moyuta, mientras la luna, el nixtamalero y millones de estrellas y luceros se escondían por el rumbo poniente, buscando los linderos de Guazacapán y Taxisco. En la escuela primaria me agradaba estudiar las lecciones que nos dejaban los maestros sobre temas de geografía en el libro de don Vicente Rivas o de Rengifo Reina; de historia en el libro de Astolfi; o aprenderse de memoria los nombres de los huesos de la cabeza y de la mano, en unos folletos de don Héctor Nuila, que después fue mi maestro en la Gloriosa Escuela Normal Central. Y no sé por qué o quizá porque el cerebro está descansado, las lecciones se prendían en la mente como garrapatas de monte. Al principiar el corredor que daba a la calle, había una piedra plana que me servía de silla y escritorio, y entre leer y repetir lecciones, también observaba a las señoras que llegaban a la panadería a traer sus champurradas recién salidas del horno, a los muletos cargados de leña o los desfiles de vacas que iban arreando a los corrales de ordeño. Y entre ver el inicio de la vida del día y leer las lecciones que dejaban los maestros, iba llegando la hora de colgarse el morral e irse para la escuela, limpiecitos, bien peinados con pomada de linaza y los gastados zapatos negreados con el frote de un clavel, repasando lo que se me había quedado: un frontal, dos parietales, un occipital…las guerras médicas las protagonizaron lo medos y las púnicas se llaman así porque…el Usumacinta es el río más caudaloso de Guatemala, el río más largo de la China es…las cataratas del Niágara quedan entre Canadá y los Estados Unidos…el acta de la Independencia de 1821 la firmaron… En la Escuela Normal, como en el internado nos obligaban a acostarnos a las 9 de la noche, pues de 8 a 9 era para estudiar bajo la vigilancia estricta de los inspectores; y aunque tocaban la campana a las 5 de la mañana para el baño diario y estudiar de 6 a 7, yo seguí con mi costumbre de estudiar por la madrugada, desde las cuatro de la mañana, ya no con el encanto de la vida rural, sino con el frío congelante que en ese tiempo se sentía en las alturas de Pamplona. También nos despertaba los rugidos de los leones, el canto de los pavorreales y el grito de los monos peteneros que solo era añorado por los compañeros que llegaron del Petén. Entre el dormitorio y el aula en que se podía estudiar, había que cruzar un gran patio lleno de mucho bosque que extendía una profunda obscuridad que infundía miedo, porque contaban que en el internado espantaban. Pero Ismar Cintora y yo cruzábamos la distancia en protección mutua, en franca solidaridad para enfrentar a cualquier aparecido. Después vino la Universidad y tuve el privilegio de internarme otros cinco años en la Residencia Universitaria de la San Carlos. Aquí la hora de estudio cambió porque había quienes estudiábamos por la noche y los de medicina por la madrugada. Una vez que hice la arrechada de levantarme a estudiar de madrugada, caminando como de la escuela peripatética por toda la banqueta de Sanidad Pública, como enfrente de la residencia estaba el antiguo juzgado de sanidad, que también era clínica de profilaxis sexual, por toda la cuadra había una gran fila de trabajadoras de la buena vida, esperando turno para el examen médico y que les dieran el carnet que las autorizaba para poder seguir regalando momentos de amor. A fin de cuentas, sólo quería decir que esa disciplina de estudio que no inculcaron muchos maestros, nos ha permitido salir adelante en este valle de lágrimas.

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