0:00
0:00

Lorenzo Fer

Todos los jueces son personas, obvio, pero cuando se cubren con la toga se revisten de un aura especial, casi se iluminan. Es que están desempeñando una función que corresponde a la divinidad: promover la armonía, retornar los equilibrios perdidos, impartir justicia. “Vosotros sois dioses” como expresión de que esos seres humanos están investidos de aúrea autoridad, son como representantes de Dios en la tierra, como agentes que deben velar por el día a día de la justicia. Sois “Hijos del Altísimo” (Sal. 82), afirmación que refleja el carácter justo de Dios en cada una de sus resoluciones. 

Pero también hay jueces perversos. Desde el Antiguo Testamento se hace referencia los malos jueces; así tenemos a Isaías: “Qué aflicción les espera a los jueces injustos y a los que emiten leyes injustas. Privan a los pobres de la justicia y les niegan sus derechos a los necesitados de mi pueblo.” (Is. 10: 1-3). Ciertamente les espera un gran aflicción, en esta vida o en la otra. El salmista se queja: “Hasta cuándo dictaréis sentencias injustas y favoreceréis a los impíos”. (Sal. 82). 

El verbo prostituir cobra en este escenario un sentido acaso más profundo que en el que coloquialmente lo usamos. En efecto, se prostituye la Justicia, se prostituye el juez, se prostituyen los que de alguna forma han influenciado el juez. Pero, como dice Yahweh: “Mía es la venganza y la retribución; a su tiempo su pie resbalará, porque el día de su aflicción está cercano, y lo que les está preparado se apresura.” (Dt. 32:35). 

En su Divina Comedia, el Dante reserva la quinta fosa del octavo círculo del Infierno los jueces venales quienes comparten el tormento con los políticos corruptos y otros funcionarios que cometen malversación o fraude, autores de un pecado considerado más grave que la violencia ya que destruye la confianza social. En esa quinta fosa los condenados por “baratería” están sumergidos en un lago de alquitrán hirviente como símbolo oscuro de sus tratos secretos y corruptos. 

En la prédica de este domingo Jesús se refiere a un juez “que ni temía a Dios, ni respetaba a los hombres”. Pero, el personaje principal es una viuda que le pedía al citado juez que le hiciera justicia. Al juez no lo motivaba la ética, la equidad, el orden, etc. Nada de eso. Pero era tanta la “fregadera” de la viuda que al final accede a resolver conforme a derecho. “Aunque ni temo a Dios ni me importan los hombres, como esta viuda me está molestando, le voy a hacer justicia, no sea que siga viniendo a cada momento a importunarme.”

Vienen al tema dos pasajes, aquel que a medianoche le insiste el vecino que le prestara tres panes porque tuvo visitas inesperadas, al final el vecino accede para que no lo siga molestando (Lc. 11: 5-8) y también aquellas palabras de Jesús: “Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará buenas cosas a los que le pidan?” (Mt. 7-11). En la lectura de hoy Jesús resalta: “Pues Dios ¿no hará justicia a sus elegidos que claman ante él día y noche?”

En conclusión, la oración es poderosa y la justicia siempre se impone. Pero debemos orar con mucha fe y mucha perseverancia, confiados en que el Padre celestial resolverá siempre lo que sea más favorable para cada uno que a Él se dirige. 

Reflexiones Dominicales

Colaboración especial para compartir con los parroquianos y, de paso, con algún sacerdote que pueda sentirse inspirado para su prédica dominical.

post author
Artículo anteriorSuperlativo homenaje para Ana María de Eskenasy
Artículo siguienteTECÚN UMAN