Por Lorenzo Fer
La tradición se refiere a la parábola de este domingo como la de “El rico epulón y el pobre Lázaro”. Esa misma tradición asume que “epulón” es un nombre hebreo antiguo, algo así como Salomón, Gedeón, Absalón, Filemón, etc. Pero no, epulón no es un nombre propio, es un adjetivo y hace referencia a una persona glotona, a un sibarita; el término proviene de una casta sacerdotal romana que eran “los epulones”, encargados de ofrecer banquetes a los dioses. Insaciables comelones que continuamente celebraban convites. Corderos lechales, codornices, filetes marmoleados de buey, pescados frescos del Mediterráneo y del lago de Tiberíades, dátiles y otras frutas secas, panes y pasteles.
El siempre contestario profeta Amós, vuelve a ser citado este domingo en la primera lectura. Señala Amós a aquellos que “se acuestan en lechos de marfil, se arrellanan en sus divanes, comen corderos del rebaño y terneros del establo; tartamudean como insensatos e inventan como David instrumentos musicales; beben el vino en elegantes copas, se ungen con el mejor de los aceites pero no se conmueven para nada por la ruina de la casa de José”.
Es claro que la parábola se desarrolla en escenarios pre-evangélicos. Esto es, a tiempos antes de que Jesucristo abriera las puertas del cielo, tras su gloriosa redención y ascensión. Para ese entonces se hablaba del “Seno de Abraham” o Limbo, como un lugar donde se ubicaban las almas puras precristianas. Por cierto, que esta es la única referencia que se hace al “Seno de Abraham” que se considera al lugar donde residieron las almas de los justos antes del rescate de Jesús. Por el otro lado está la figuración del castigo, esa imagen de los tormentos de las llamas ha sido decisivo en la conformación de la imagen colectiva del infierno y que, Dante Alighieri recogió con mucho detalle en su “Divina Comedia”.
Es importante resaltar que al epulón no se le critica por sus grandes banquetes, sus manjares, sus licores, sus músicos, acróbatas y bailarines. Sus vestidos de lino y sus lienzos de color púrpura. No, ninguna objeción se hace de ello. En tanto el dinero para mantener esos gustos fuera de legítimo origen no había ningún problema. Ni siquiera se objeta el dispendio, el lujo ni la gula. El texto no hace referencia a los orígenes de la fortuna del epulón, pudo ser gran negociante, heredero, terrateniente o bien gestado sus bienes con malas artes. No lo dice y no deviene importante por no ser el punto central de la prédica.
Tampoco se premia a Lázaro por el solo hecho de ser indigente. El texto tampoco indica cómo llegó el pobre a estados tan lamentables; acaso fue siempre enfermizo, lo abandonó la familia, cayó en vicios, hizo malas inversiones, no previó para su vejez; no se sabe ni son importantes dichos antecedentes. El hecho concreto que sirve para los efectos de la lección es que estaba postrado en las afueras de la mansión, cubierto de llagas que lamían los perros y que esperaba tan solo los desperdicios de los banquetes que adentro se celebraban. Solo unas pocas sobras. Eso recuerda el reclamo de aquella mujer que dijo a Jesús que “hasta los perritos comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos.” Lo que refleja el evangelio es que Lázaros hay todos los días en las afueras de nuestras casas. Asómense. Están allí, postrados, abandonados; lo que pasa es que no los queremos ver. Con todo, Lázaro, se mereció la gloria de Abraham por su resignación, por la aceptación de sus llagas y limitaciones. No reclamó. No guardó resentimiento alguno. Aceptó la voluntad divina.
Unos amigos economistas repiten que: mientras más coman caviar más van a ser los que comen pan. Es un principio económico básico. Para producir caviar, jamón pata negra de Extremadura, lomito texano, langostas de Maine, etc. se requiere mucha inversión y una coordinación de mano de obra. De igual forma escuché la crítica porque un empresario iba a gastar varias decenas de miles de quetzales en la boda de su hija. ¡Qué despilfarro! Ahora bien, con ese dinero se beneficiaron los cultivadores de flores, floristas, diseñadores, planificadores, meseros, cocineros, costureros, choferes, encargados de seguridad, músicos, etc.
De nuevo, al epulón no se le censura por su despilfarro, se le critica por su corta visión y falta de sensibilidad, no fue empático, compasivo: “Sed pues misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso”. Y esa inclinación hacia el prójimo es algo que nace del centro del corazón, no se puede imponer por medio de leyes humanas, por bien intencionadas que se formulen. Bien por los que actúan libremente en beneficio de los demás: “Bienaventurados los misericordiosos porque alcanzarán misericordia.” Pero, repito, ese impulso no lo pueden provocar sistemas políticos colectivistas o distributivos, esa sensibilidad solo nace del alma y sólo de esa forma tiene mérito la acción caritativa.
Como colofón debemos entender que el mensaje ya lo hemos recibido. La palabra de Dios la hemos escuchado y está a nuestra disposición. No hacen falta muertos que se nos aparezcan ni escenarios apocalípticos. Conocemos bien el mensaje de Cristo. El epulón no aprovechó sus momentos de vida, los desperdició en sus placeres. Nosotros, aprovechemos bien nuestro tiempo. Y como me dijo el jardinero quien rezume mucha sabiduría, de la simple: “seamos felices mientras podamos”.