Lorenzo Fer
El afamado escritor ruso, Fedor Dostoyevsky, muy profundo en sus análisis psicológicos, dijo que si en los Evangelios no estuviere la parábola del hijo pródigo dichos Evangelios estarían incompletos. Estoy de acuerdo y le agrego que, asimismo, estarían incompletos si no tuvieran las Bienaventuranzas. Conforme otro autor ruso, Tolstoi, dicho sermón contiene las disciplinas esenciales del cristianismo. El líder político y místico hindú, Gandhi, tenía especial aprecio por el mensaje de Jesús contenido en dicha prédica.
El escenario en el que se desarrolla el texto evangélico es cautivador. Cuando leemos nos trasladamos a los primorosos montes que rodean el norte del lago de Genesaret. Con la vista hacia el lago azul, respiramos los aromas frescos de la yerba y las flores del campo y casi palpamos la suavidad de la grama y sentimos en el rostro la brisa fresca con la frescura del agua. Ese marco encantador, nos presenta una imagen muy familiar y tierna. Y luego aparece un grupo, los acompañantes de ese rabino joven del que todos hablan maravillas. Todos lo querían ver, lo querían tocar “porque sabían que el poder que salía de Él los sanaría”. Un predicador de voz potente que habrá de llegar a los cientos de seguidores que ocupan sus lugares y se acomodan en los suaves pliegues de la colina. Para algunos será la primera oportunidad de escuchar al afamado rabí.
No va a ser un discurso en una sinagoga, ni salón, ni en ciudad; va a hablar al aire libre, con el cielo como testigo marcando una conexión directa con las palabras que va a pronunciar.
Esta predicación de Jesús la registran dos evangelistas: Lucas y Mateo. Los estudiosos no tienen claro si se trata de dos escenas diferentes (es posible que Jesús repitiera su enseñanza a diferentes audiencias) o bien que una sola prédica que la hayan recogido Lucas (6) y Mateo (5). Hay algunas diferencias, para empezar Lucas coloca la predicación en una llanura: “bajaron de la montaña y fueron a una llanura”; y Mateo hace referencia a que Jesús, al ver las multitudes “subió al monte y se sentó”. Lucas contiene solo 4 bendiciones y Mateo 9 (la 8 y la 9 se refiere a los perseguidos por lo que muchos la subsumen en una sola). En Lucas se nos presentan las bendiciones, pero también las lamentaciones (malaventuranzas): “Más ay de vosotros los ricos (…) los que estáis hartos (…)”. Mateo solo habla de las bendiciones. En todo caso, el contenido es muy parecido y siempre se les ha conocido como ”las bienaventuranzas”.
En algunos textos, por las diversas traducciones, se usa la palabra “dichosos” en vez de “bienaventurados”. Pero la tradición se decanta por esta última expresión. Es que suena tan ceremonioso y más sabiendo que las palabras salían de la boca de Jesús. Es claro que las dos crónicas pueden llamarse “las Bienaventuranzas” pero solamente la versión de Mateo es propiamente “el Sermón de la Montaña” o “Sermón del Monte”.
En el texto de Lucas hace referencia a peregrinos de muy diversos lugares, desde Jerusalén y la Judea, en el sur, hasta de Sidón y Tiro muy al nor-poniente, en el actual Líbano. Probablemente era una llanura en sitio intermedio y bien podría ser las orillas del lago. En Mateo no hay referencia que nos ubique en el lugar de la enseñanza.
En todo caso, la Iglesia ha incluido para este sexto domingo ordinario, las bienaventuranzas comprendidas en el texto de san Lucas. Así vemos que bendice a los pobres, a los que tienen hambre, a los que lloran y a los que son afectados por causa del Hijo del hombre. “Saltad de gozo, porque vuestra recompensa será grande en el Cielo”. Se lamenta, en cambio, de los ricos, los que están saciados, los que ríen y de aquellos de quienes todo el mundo habla bien.
Para san Agustín de Hipona, las bienaventuranzas constituían una declaración básica de la enseñanza cristiana. Hizo profundos análisis respecto a cada una de ellas. Por cierto que, respecto de las ocho, resaltó que todas ellas tienen un verbo a futuro: serán consolodas, recibirán la tierra, serán saciados, alcanzarán misericordia, serán llamados; salvo la primera y la última: los pobres de espíritu porque de ellos es el reino de los cielos y la última, los que padecen persecución por mí causa, porque de ellos es el reino de los cielos.
Las bienaventuranzas fueron objeto de grandes reflexiones de el Doctor de la Iglesia. Lo mismo debe ser para cada uno de nosotros. Son una fuente de inspiración, de confianza, de consolidación de nuestra fe. Un canto de esperanza.