Lorenzo Fer


 

Jesús nació en Belén, población muy próxima a Jerusalén, y en esos alrededores se habrán quedado sus padres pues no era prudente hacer largo viaje de regreso a Nazaret con el recién nacido. Esperaron al menos los ocho días a los ocho días de nacido debían presentarlo en el templo, para dar cumplimiento a la Ley de Moisés. Esa ley, contenida en el Levítico, se había escrito cerca de 1,200 años antes, o sea que por doce siglos el pueblo hebreo venía practicando (y siguió después), rituales muy antiguos. No deja de sorprender la cohesión y perseverancia de los judíos. 

Todo niño que venía al mundo era –y lo será siempre–, un regalo de Yahveh, especialmente los primogénitos, pero realmente es una especie de “préstamo” porque todo pertenece a Dios. Por eso el recién nacido debía presentarse al Templo y el sacerdote, a la entrada de la Tienda del Encuentro ofrecía un cordero de un año como holocausto y un pichón o una tórtola como expiación. Eran pues, dos sacrificios,  el primero se llamaba “holocausto” que era un acto de adoración y expresaba la devoción y compromiso con Dios. El otro, el sacrificio “de expiación” era para purificarse de alguna falta o impureza. En el holocausto se sacrificaba un cordero (un toro en otros casos) pero la ley consideraba a los de menores recursos de tal manera que quienes no tuvieran lo suficiente para comprar un cordero podían presentar dos tórtolas o dos palominos. Tal fue el caso de la Sagrada Familia. Eran pobres. Es claro que ni María, la madre, debía purificarse –siempre inmaculada—ni había que expiar pecado alguno pero lo que hicieron fue dar cumplimiento a la referida Ley. Algo parecido a lo sucedido en el bautizo en el Jordán, cuyo texto leímos en semanas anteriores: Jesús no necesitaba limpiarse pero lo hizo como signo de humildad y para mostrar el camino. 

En la entrada del Templo aparece por única vez la persona de Simeón, un anciano que nos representa a todos en el sentido de que estaba esperando, antes de morir, poder ver al Salvador, teniendo certeza de que ese encuentro se iba a dar. Al ver que se acercaban José y María tomó –arrebató—al niño y exclamó: “Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador,

a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel.” Digo que Simeón nos representa en varios sentidos. Por un lado al pueblo judío que desde siglos atrás ha venido esperando por la llegada del Mesías. También nos representa a cada uno de nosotros que esperamos, en vida, poder ver al Salvador. 

Esas palabras de Simeón las recogieron los padres de la Iglesia para dar forma al llamado Nunc dimittis, también conocido como Cántico de Simón, que se compone de esas dos primeras palabras: “Ahora dejas”. “Ahora puedes dejar que muera tu siervo en paz” (las traducciones difieren ligeramente en el orden de las palabras). En la “Liturgia de las horas”, el Nunc dimittis es el canto empleado en el rezo de “las completas”. 

Como parte de la ceremonia procedieron a la circuncisión de Jesús. ¡Pobre niño! Sin anestesia. Cómo ha de haber sufrido sus padres, pero era la ley y la tradición, hasta el día de hoy. Obviamente le seccionaron la parte externa del prepucio. ¿Qué se hizo ese mini pedazo de carne? Nadie lo sabe. Lo cierto es que durante la Edad Media proliferaron muchos templos que aseguraban tener, como reliquia, el santo prepucio. Claramente sería, Igle en su caso, una reliquia de primer grado (fragmentos del cuerpo), y acaso la única porque no se conserva cabello, uñas, huesos siendo que, Jesús ascendió a los cielos en cuerpo y alma. Las de segundo grado son objetos que le pertenecieron al santo y las de tercer grado cosas que haya tocado o que hayan tocado su sepultura. La credulidad y buena fe de las personas dio lugar a que surgieran innumerables reliquias de todo tipo, algunas muy reconocidas como el santo Sudario de Turín, el santo Cáliz, pero también muchos trozos de la cruz, espinas de la corona, clavos de la crucifixión, etc. Claramente algunos inescrupulosos aprovechaban la buena disposición, acaso ingenuidad, de las gentes al punto que 30 templos, al menos, aseguraban contener el santo Prepucio. 

La Iglesia considera esas creencias como “leyenda pía” y prohibió el culto al Santo Prepucio en 1900; asimismo cambió la dedicación del primero de enero, que antes era Fiesta de la Circuncisión del Señor y ahora es Fiesta de María, Madre de Dios. Por otra parte la Iglesia restó importancia al rito de la circuncisión que es típicamente judío, siendo que no es obligatorio para incorporarse al Reino de Dios. Muchos pueblos cristianos, España, entre otros países europeos, Filipinas, muchos países hispanoamericanos por ejemplo, no acostumbran la circuncisión por motivos culturales o religiosos. Jesús es “luz de las naciones” y vino a rescatar a todos los seres humanos tal como lo propugnó san Pablo, el “Apóstol de los gentiles”.  

San Lucas, que es el más mariano y quien más se refiere a escenas familiares de Jesús nos relata el primer anuncio de los sufrimientos que habría de padecer María, la madre del niño que presentaban: “y a tí una espada te traspasará el alma”

En la mayoría de las escenas que representan este pasaje evangélico aparece María cargando a su hijo. Bien por ello. Pero quien realmente hacía la presentación, en una sociedad tan patriarcal y machista, era el padre. De esa cuenta habrá sido san José quien habrá hecho la presentación formal. En ninguna parte del Evangelio aparecen palabras del santo Patriarca, aquí tampoco, pero podemos inferir qué palabras dijo: “Yeshúa”, cuando el sacerdote le preguntó el nombre del infante.

Reflexiones Dominicales

Colaboración especial para compartir con los parroquianos y, de paso, con algún sacerdote que pueda sentirse inspirado para su prédica dominical.

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