Lorenzo Fer
En estos primeros domingos del año hemos seguido a Jesús en diferentes lugares: en el río Jordán, en el pueblito de Caná y ahora está de regreso en su natal Nazaret. Claro, no nació aquí sino en Belén de Judá, más al sur, pero su familia estaba establecida en esta población. El primer paso del proyecto de salvación sucedió en una humilde vivienda de Nazaret donde el ángel del Señor se presentó ante la Virgen María. En este lugar está edificada una hermosa iglesia, la Basílica de la Anunciación, en cuyo interior se encuentran los muros del hogar de la familia de Jesús. Y todo indica que la carpintería de José, en la que trabajó Jesús, estaba también en Nazaret. Pero, al empezar su vida pública, se movilizó por Galilea en donde “iba enseñando en las sinagogas; todos lo alababan y su fama se extendió por toda la región.” En todo caso trasladó “su domicilio” a la ciudad ribereña de Cafarnaún.
Por otra parte, los hechos evangélicos arriba citados guardan estrecha relación con el preámbulo de la actividad de Jesús. En el Jordán se bautiza como un símbolo de un proceso que se iniciaba y también como un ejemplo que todos debemos seguir. En las bodas de Caná se reveló con toda propiedad el poder de sus milagros. La prueba de fuego fueron las tentaciones del demonio en el desierto. Con base a las escenas anteriores es ahora que el mismo Jesús se declara como el Hijo de
Nos sigue relatando san Lucas que, como parte de su itinerario, “fue también a Nazaret, donde se había criado.” Cumpliendo con los deberes del Shabbath, Jesús asistió a la sinagoga y “se levantó para hacer la lectura”. En un momento de la ceremonia se levantó para hacer la lectura. Él no escogió, “se le dio el volumen del profeta Isaías”. Desenrolló el texto y encontró el pasaje siguiente: “El espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para llevar a los pobres la buena nueva, para anunciar la liberación de los cautivos y la curación a los ciegos, para dar libertad a los oprimidos y proclamar el año de gracia del señor.” Terminada la lectura volvió a enrollar el volumen, lo devolvió al encargado y se sentó, pero continuó hablando: “Hoy mismo se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír.”
Es fácil imaginar el estupor de los asistentes ante tales palabras. El profeta Isaías, el “Príncipe de los Profetas”, es considerado figuradamente como el quinto evangelista, por cuanto anunció con mucha precisión el nacimiento, sacrificio y gloria de Jesús, así como el alcance universal de la salvación. Vivió unos 700 años antes de Jesús y desde siglos antes todo Israel venía esperando al Ungido, al mensajero de la buena nueva, al Mesías. De repente ese joven carpintero, que ya predicaba por la Galilea, se anuncia como el Ungido para llevar la buena nueva y proclamar el año de gracia del Señor.
Nosotros, los cristianos, esperamos la segunda venida de Cristo. Claro, se anuncia una llegada con mucha apoteosis pero por un momento pensemos que un buen predicador se levanta en medio de una misa y anuncia que él representa esa segunda venida. Nadie lo creería. Pensaríamos que es un atrevimiento, una osadía, insania o una blasfemia. Así pensaron los nazarenos quienes sabían que “todos hablan bien de Él y se maravillavan de las palabras llenas de gracia que salían de su boca”, pero ¿esto? !Era demasiado! Por eso montaron en tanta cólera que lo persiguieron para darle muerte, despeñándolo en un promotorio del pueblo.
Pero ahora sabemos que Jesús es el Mesías. Por eso debemos celebrar con mucho gozo. Como dice la primera lectura de hoy: “Este día está consagrado al Señor, vuestro Dios: No estéis tristes ni lloréis” y añadieron: “Andad, comed buenas tajadas, bebed vino dulce y enviad porciones a quien no tiene, pues es un día consagrado a nuestro Dios. No estéis tristes, pues el gozo en el Señor es vuestra fortaleza.”