Lorenzo Fer

El Evangelio de este domingo segundo ordinario hace referencia a una boda, a un casamiento. A lo largo de toda la historia y todas las generaciones, los enlaces familiares son motivo de regocijo y este es el caso. Dos familias enteras que se unen para la creación de un nuevo brote que comparte la historia de cada una de las ramas. A lo largo de la historia cada pueblo ha tenido sus propios rituales y liturgia para obsequiar a los novios y acompañarlos en el primer paso de esa nueva vida que emprenden.

El relato de este domingo se refiere a la celebración de un matrimonio que, según la tradición judía, combinaba rituales y religiosos y un festejo, mundano, pero sano, una reunión de personas alegres, bien dispuestas, con ricas viandas y, claro está, buena provisión de vino. Supuestamente. A esta fiesta estaban invitados María, y su hijo Jesús; también los discípulos de Jesús, aunque el texto no indica quiénes de ellos, seguramente todavía estaban los doce. Pero algo falta en el relato: quiénes eran los contrayentes; pudieron ser parientes, amigos, conocidos, etc. No se sabe. Y es que lo primero que nos viene a la mente cuando se habla de un matrimonio es quiénes se casan. Conocer el nombre del esposo y de la esposa. En esta narración no es así. Por eso los protagonistas ya no son los novios. El protagonista, después de Jesús y “su madre”, parece ser el vino, ya que se le menciona 5 veces. El novio solo aparece para reclamar al mayordomo que haya ofrecido el buen vino hasta el final.

La voz de Jesús no la habíamos escuchado, salvo cuando, de adolescente, sus padres lo encontraron en el Templo, debatiendo con los doctores de la Ley: “No sabéis que debo ocuparme de las cosas de mi padre”. Era pues una voz todavía en formación. Pocos días antes, en el Jordán, había instruido a El Bautista para que lo bautizara. Ahora lo volvemos a escuchar.

María, con esa intuición que solo tienen las mujeres y las madres, se dio cuenta de que el vino no iba a alcanzar para todos; anticipándose a la preocupación de los anfitriones, se acercó a Jesús y le habrá dicho: “Hijo, a estos pobres muchachos se les está acabando el vino”. Era solamente un comentario, una preocupación exteriorizada; no era ni siquiera una petición. Entonces se oye nuevamente la voz de Jesús: “Madre, ese no es asunto nuestro”. Un razonamiento muy lógico, después de todo solo eran unos convidados al festejo. Y agrega algo muy interesante: “Todavía no ha llegado mi hora”.

A pesar del aparente rechazo de Jesús, María continuó en su gestión, con plena entereza y confianza. “Hagan lo que Él les diga”. Por cierto, estas son las últimas palabras de María que se registran el Evangelio, pero son suficientes para determinar su humanidad, conmiseración; su disposición para ayudar al necesitado y, sobre todo, su gran influencia para obtener un resultado positivo. Se demuestra asimismo la misericordia de Dios que está dispuesto a modificar sus planes en beneficio de algunas almas.

Los sirvientes se han de ver extrañado con la orden de Jesús: llenen de agua las tinajas (esos eran recipientes que contenían el agua para que los invitados se lavaran y purificaran). Habrán levantado los hombros. Y a este ¿qué le pasa? Seguramente habrá bebido mucho vino. Pero cumplieron la orden. Luego se prepararon para ser testigos del ridículo cuando llamaron al maestresala para que probara el agua que acababan de llenar. Pero ¡Oh, sorpresa! No era agua, era vino. Y vino del bueno, de mucha mejor calidad que el que ofrecieron de entrada. A todo esto, parece que los novios ni cuenta se dieron del brete en que se habían metido y de su milagrosa solución.

En la lectura del domingo anterior vimos cómo la inmersión de Jesús en las aguas del Jordán santificaba el sacramento del bautismo. Este domingo vemos, por su parte, cómo su presencia en las bodas de Caná santifica otro sacramento, el matrimonio. Esa unión, en una sola carne, entre varón y mujer, que es el fundamento de las familias y es fuente constante, diaria, de bendición para todos sus miembros.

El vino, como arriba indico, es el protagonista. Símbolo de una nueva alianza. Aquí el agua se convirtió en vino. Poco tiempo después, el vino se elevará a altura sublime cuando se convierta en la sangre de Jesús.

Reflexiones Dominicales

Colaboración especial para compartir con los parroquianos y, de paso, con algún sacerdote que pueda sentirse inspirado para su prédica dominical.

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