Reflexiones Dominicales

Colaboración especial para compartir con los parroquianos y, de paso, con algún sacerdote que pueda sentirse inspirado para su prédica dominical.

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Jesús nació en un humilde pesebre de Belén en tiempos del rey Herodes y de Augusto César. Qué bien resaltar esos aspectos externos, históricos; pero los mismos se complementan con la afirmación, más interna, que Jesús nació en el seno de una familia. Si venía a habitar en el mundo y ser “uno de nosotros” empezó con ser ese tierno bebé arropado por los mimos amorosos de una madre y los solícitos cuidados de un padre. Una familia igual a la de la mayoría de todos nosotros. Los niños crecen ¡y vaya si no crecen bien rápido! Los padres trabajan en su oficio para llevar sustento al hogar. En este caso, san José era carpintero. Imaginen una silla o una mesa construida por el hábil artesano. Y María se dedicaba a las labores domésticas: preparar las comidas, limpiar la casa, coser las ropas, (hasta esa época no llegaban los ecos de la liberación femenina) y sobre todo, atender al divino infante que pronto dejó la cuna y empezó a gatear, luego a caminar. En recuerdo de todo ello la Iglesia conmemora, en esta fecha, la solemnidad de la Sagrada Familia.

En centro de la armonía familiar está la devoción a Dios y luego el respeto de la costumbre que impone el respeto de la obediencia a los padres, cuando están activos, el acatamiento de sus consejos y las costumbres, y su cuidado cuando llegan a la vejez. En todo caso el reconocimiento de la autoridad paterna y honrarlos siempre, lo que no solo se refiere a su atención física sino al mantenimiento de los valores que ellos inculcaron en los hijos. En las cuatro lecturas de este domingo aparecen referencias a la figura de los padres, en especial del padre. Veamos:

Primera lectura. Se transcriben versículos del Eclesiástico que es considerado un libro sapiencial del Antiguo Testamento. Fue escrito en los primeros años de nuestra era, con el objeto de condensar y consolidar la fe religiosa según los preceptos mosaicos, así como el reforzamiento de los usos y costumbres hebreas, frente a la amenaza de la cultura helenística que se iba imponiendo.

En el capítulo 3, se afirma la honra que los hijos deben a los padres. Los hijos que honren a sus padres obedecen al Señor, expiarán así sus pecados y cuando recen, serán escuchados. Tendrán larga vida.  Deben cuidar a los padres en su vejez y durante su vida “no les causes tristeza”.

En todo caso “la compasión hacia el padre no será olvidada y te servirá para reparar tus pecados”.

Salmo. De manera implícita el Salmo 127 se refiere al diligente padre de familia que “teme al Señor y sigue sus caminos”. Le irá bien en su trabajo o actividades. Estará rodeado de su mujer, “como parra fecunda” que le dará muchos hijos que lo acompañarán, amorosamente, en la mesa.

Segunda lectura. San Pablo, en su carta a los cristianos de Colosas (actualmente en ruinas sin excavar), se dirige a los “elegidos de Dios” a quienes insiste en que tengan compasión, bondad, mansedumbre, paciencia, tolerancia. Si Dios “os ha perdonado: haced vosotros lo mismo”. Pero más allá de esas virtudes sociales, debían practicar el amor. Aquí, Pablo, da una interpretación absoluta, condensada en 7 palabras, de lo que es el amor: “es el vínculo de la unidad perfecta”. Definición insuperable.

Más adelante se refiere a los padres de familia, que deben “amar a sus mujeres y no ser ásperos con ellas”. A su vez, las mujeres deben ser sumisas a sus maridos. Obviamente, hay que entender el mensaje en el contexto de la época y con una mentalidad amplia, abierta y sobre todo, inspirada por el amor verdadero. Finalmente se recalca la autoridad paterna, la obediencia de los hijos y la buena conducción de los padres.

Evangelio. Sin perjuicio del mensaje de fondo, hay aspectos externos que nos relatan los Evangelios. Por ejemplo, que la familia de Jesús hacía una peregrinación anual a Jerusalén por la fiesta de la Pascua. De hecho, “subieron” a la ciudad santa, porque la región de Tiberías está a menos 140 metros y Jerusalén a 780 metros; era pues, un ascenso. Igual peregrinaje hizo Jesús con ocasión de la Pascua de la Pasión. Un trayecto de aproximadamente 120 kilómetros que les tomaría unos tres días. Todo indica que se formaban grupos para viajar en caravanas al punto que, María y José, en el trayecto de regreso, no se percataron que Jesús no iba entre “los parientes y conocidos”.

Por otro lado, en este texto se hace referencia a que, por lo mismo, “sus padres” se afligieron y regresaron a Jerusalén después de un día de camino. Cuando lo encontraron, le reclamaron (sí, su Madre lo podía hacer): “Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Tu padre y yo te buscamos angustiados”.

Jesús, el adolescente, les contesta: “¿No sabíais que yo debía estar en las cosas de mi Padre?”.

Queda en claro el aspecto toral del misterio de la Encarnación. Se reconoce la paternidad terrenal de san José pero estableciendo la divina paternidad “del Padre”. El propio san José, aconsejado desde el principio por un ángel, aceptó el papel que le correspondió en la gran obra de la salvación de toda la humanidad.

Más adelante, dice el Evangelio, “bajaron” a Nazaret y que Jesús “estaba sujeto a ellos”.

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