Reflexiones Dominicales

Colaboración especial para compartir con los parroquianos y, de paso, con algún sacerdote que pueda sentirse inspirado para su prédica dominical.

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Lorenzo Fer


Bendita tú entre todas las mujeres. El Hijo de Dios ya estaba entre nosotros creciendo cada día en el vientre virginal de María. El mundo no lo notaba. Nadie estaba enterado que, en esos años de Augusto César, había llegado la “plenitud de los tiempos”. El misterio seguía reservado; solo lo sabían, san José y, obviamente, la propia madre. Pero hubo alguien, aparte de los dos protagonistas principales, que tuvo la inspiración divina para reconocer al Mesías. ¡Fue el primero que lo hizo!

Ese primer adorador del Verbo encarnado fue otra criatura que se encontraba también en las entrañas de su madre: san Juan Bautista. El texto evangélico indica que cuando llegó la Virgen, Isabel exclamó: “la criatura saltó de alegría en mi vientre”. Juan, quien, veintitantos años después, habría de ser “el Precusor” se anticipó en su misión; desde las entrañas dio ese salto de júbilo que percibió claramente su madre. Habrá pensado santa Isabel que el niño estaba “dando patadas”; una patada muy fuerte, en este caso. Ese mismo regocijo que deberíamos sentir nosotros al recordar, como cada año, la Encarnación del Señor; igual júbilo debemos compartir cada vez que elevan la sagrada Hostia durante la consagración o cuando nos postramos frente al Santísimo. ¡El Mesías está aquí!

En la semana pasada resaltamos las palabras del arcángel Gabriel: “Dios te salve María, llena eres de gracias.” Por cierto que nos señalan de ensalzar a la Virgen y yo pregunto: ¿somos nosotros los católicos o fue el mismo Dios, por boca de sus mensajeros? Lo que hacemos es repetir esas palabras llegadas de lo Alto. Y, esas expresiones, se complementan con lo dicho por Isabel: “¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre!” Bueno, allí tenemos la primera parte del Ave María, en la segunda parte le pedimos a María, la “Madre de Dios”, que interceda por nosotros ante el Padre.

Se acerca el gran acontecimiento: el nacimiento del Hijo de Dios y el privilegio de ser el lugar del alumbramiento que correspondió a una pequeña población de muy poca importancia. Así dice el profeta Miqueas, en la primera lectura de hoy: “Belén Efratá, pequeña entre los clanes de Judá, de ti voy a sacar al que ha de gobernar Israel.” Dicho lugar, que habrá sido un caserío, era muy antiguo; en el libro de Génesis, 35:19 se le menciona con su nombre antiguo: “Efrata”. Por eso el profeta utiliza los dos nombres. (En el texto de san Mateo, 2:6, los (reyes) Magos recordaron esas palabras: “Y tú, Belén, tierra de Judá, de ninguna manera eres la menor entre los clanes de Judá, pues de tí saldrá un caudillo que apacentará a mi pueblo, Israel.”

Miqueas era contemporáneo de Isaías, Oseas y Amós (c. 700 aC. Todos ellos advierten que el castigo vendrá con la invasión de los asirios y de los babilonios, en caso el pueblo de Israel no retome los caminos de justicia y adoración. Mientras se siguiera explotando al pobre y las autoridades, y los terratenientes, continuaran doblegando las leyes en perjuicio del prójimo. Y la invasión llegó del oriente, con mucha crueldad, muy poco tiempo después. Luego vendría el cautiverio de Babilonia y la liberación de Ciro. Desde entonces siempre los judíos han esperado un liberador, un Mesías.

A pesar de las lúgubres predicciones de hechos cercanos, Miqueas anuncia que el enviado de Dios juntará a todas las tribus y hará que regresen los hermanos con los hijos de Israel. “Se mantendrá firme, pastoreará con la fuerza del Señor, con el dominio del nombre del Señor, su Dios (…) que se hará grande hasta el confín de la tierra”.

Brinquemos de alegría como el gestante san Juan Bautista. Reconozcamos con agradecimiento y adoración, la presencia del Hijo de Dios entre nosotros.

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