Lorenzo Fer
La lectura de este domingo continúa con el mismo mensaje de las dos semanas anteriores que nos ha venido relatando san Marcos, ahora es turno del evangelista san Lucas. Nos describe, Lucas, las escenas del final de los tiempos y al mismo tiempo del principio de la eternidad. Esa transición se llevará a cabo en medio de un panorama apocalíptico –que repite algunos escenarios de las lecturas anteriores–, y después de un período (no se indica de cuánto tiempo) en el que “los hombres desfallecerán por el miedo y ansiedad ante lo que se le viene encima al mundo.” Habla, este domingo, de las “potencias del cielo serán sacudidas”.
¿Cuáles potencias? Algunos interpretan que la mención de esas potencias es una forma simbólica de referirse a los países que tienen arsenal atómico y se están colocando en un plan de confrontación. Allí tenemos las amenazas de Rusia contra la OTAN, incluyendo a Estados Unidos, Francia y el Reino Unido, que cuentan con con amplio inventario de cabezas nucleares. También está el conflicto en Oriente Medio, la zona más reverenciada del orbe, la tierra de los profetas, donde se escribió la Biblia y donde vivió Jesús. Israel, Gaza, Líbano, etc. Un conflicto que se repite cada cierto tiempo y que incluye a muchos participantes ajenos como Irán, la misma Rusia, Siria. ¿Serán esas potencias un reflejo de “las potencias del cielo”? En todo caso la amenaza es aterradora. Con una sola bomba que se detone el efecto multiplicador se va a extender con un potencial, de sobra, para destruir toda forma de vida en la tierra. Esperamos que el actual conflicto se resuelva pero cada año mejora la tecnología de la destrucción y los problemas de fondo no se resuelven; por lo mismo se avizora una hecatombe en el futuro.
Por todos esos anticipos tenemos que ser prudentes y estar muy pendientes de los acontecimientos. Nos causará miedo, pero no debe paralizarnos ese miedo. Por otra parte debemos ser prudentes y reencausar nuestra vida; de esa forma debemos tener cuidado “que no se emboten vuestros corazones con juergas, borracheras y las inquietudes de la vida, y se os eche encima aquél día”.
A pesar de la angustia que nos puede atenazar, debemos mantener la esperanza porque, en esa catástrofe universal “veremos al Hijo del hombre venir en una nube, con gran poder y gloria”.
San Pablo, en su carta a los Tesalonicenses, nos insta a mantenernos santos e irreprochables “en la venida de nuestro Señor Jesús con todos sus santos.” Ojo. Habla de la compañía de “los santos” por aquellos que niegan su estatuto y su mediación (en la medida que están “a la par” de Jesús).