Reflexiones Dominicales

Colaboración especial para compartir con los parroquianos y, de paso, con algún sacerdote que pueda sentirse inspirado para su prédica dominical.

post author

Lorenzo Fer


 

La celebración y temática de este domingo no gira, ciertamente, sobre la familia. Es otra la ocasión. Sin embargo, se destacan varios elementos familiares que le dan realce a ese núcleo, a ese cobijo interno en el que se desarrollan los seres humanos. Para empezar, tanto la primera lectura como el Evangelio repiten la sentencia divina de ser “una sola carne”. Por su parte, el Salmo – y al final del texto, casi de manera desapercibida, aparece una referencia a los abuelos. 

De igual forma, al final del texto evangélico, se relata una escena que se repite constantemente respecto de los niños. 

Acaso el mensaje central es esa unión integral, indisoluble entre el esposo y la esposa. Varón y hembra (o “varona” según algunas traducciones) se integran en una fusión mística y forman “una sola carne” que a su vez se espera que darán vida a “nuevas carnes”, a nuevos seres humanos, a futuros hijos que Dios espera. Ese nexo marital es, por lo mismo, un instrumento de la creación. Cumplen los esposos la función de continuar esa obra divina universal cuya comprensión total escapa de nuestras limitadas entendederas. 

Dios vio que Adán estaba solo. Una soledad que se habrá proyectado para los individuos de todas las generaciones, en hombres y mujeres. Un vacío existencial en medio de un universo cercano y extraño a la vez. No se refiere el texto a una soledad puramente física u ocupacional. Es un vacío interno y es en este contexto que la pareja, una mujer para el varón y viceversa, sea la compañía ideal, absoluta, integral: una misma carne. 

Por lo mismo, se resalta la indisolubilidad del matrimonio (salvo casos muy marcados de excepción). Parte del deterioro de nuestras sociedades se debe a esa desintegración del núcleo central de las mismas. Son como grandes edificios en los que los ladrillos se van desmoronando y toda la construcción amenaza con derrumbarse. Es importante fortalecer el matrimonio; para ese efecto se debe concientizar acerca de la formalidad, seriedad y permanencia de esa sagrada unión que Dios consagró desde los primeros días de la Creación (Gn. 2, 18-24).

Ese mensaje central es cristalinamente claro: la excelsitud del matrimonio. 

El amor de pareja, entre un hombre y una mujer, representados por Adán y Eva. Pero hay otros mensajes que parecen pasar desapercibidos, como que “Dios modeló de la tierra todas las bestias del campo y todos los pájaros del cielo”. En otras palabras, los seres humanos, al igual que los animales, provenimos del mismo barro al que las manos del Creador fueron dando forma. Ello confirma lo afirmado por san Francisco: “los animales son nuestros hermanos”.

Otro aspecto que también vale la pena resaltar es que, tras consagrar la unión de Adán y Eva, Dios envió a todas las futuras generaciones la consigna que el varón “abandonará a su padre y a su madre, se unirá a su mujer”. Pero ¡ojo!, a diferencia de una visión machista, es el varón el quién sigue a su mujer. Esto significa que el eje central del matrimonio es la mujer, el fundamento del hogar. El hombre dejará de lado toda atadura para unirse a la mujer y formar con ella el núcleo del matrimonio. 

En la cita evangélica, san Marcos nos relata un pasaje donde Jesús ratifica el mensaje divino de la indisolubilidad del matrimonio y, a la cita del Génesis, le agrega: “Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre”. Hace también referencia al “adulterio”; entendido el adulterio como una adulteración, una falsificación, un fraude. Un uso indebido de la gracia divina de la sexualidad sana como prenda y señal de un amor elevado. 

Otras referencias a la vida familiar, el salmista nos indica que, el hombre de familia, “temeroso de Dios, comerá del fruto de su trabajo y en todo le irá bien.” Tu mujer “como parra fecunda, en medio de tu casa; tus hijos, como renuevos de olivo, alrededor de tu mesa”.  Qué mayor bendición en medio de los afanes de esta vida: la familia reunida en armonía alrededor de la mesa. Por último, el Salmo 127 hace referencia indirecta a los abuelos al externar la bendición: “Que veas a los hijos de tus hijos”. ¡Qué mayor culminación de toda una vida!

Por último, aparecen los niños alegrando el momento (al igual que en los dos domingos anteriores). Es claro que los apóstoles no los querían dejar pasar. Es que nunca se están quietos. Friegan mucho. No importunen al Maestro. Éste los regaña: “Dejad que los niños se acerquen a mí”. Luego dos conceptos bien claros: “de los que son como ellos es el reino de Dios”, no es de los que son niños, sino de los que “son como” niños. Los adultos somos maduros, racionalistas, pragmáticos, escépticos, arrogantes, etc. pero en medio de esa caparazón que la cotidiana vida acaso nos impone, debemos aprender a “ser como niños”.  Y la segunda idea, muy relacionada: “quien no reciba el reino de Dios como un niño, no entrará en él”. No es por la ingenuidad, sino por el abandono y la plena confianza en los brazos del Padre. 

Luego Jesús los tomo en brazos y los bendecía, imponiéndoles las manos. ¡Dichosas criaturas!

Nota coloquial. El Evangelio es solemne, pero no lúgubre, todo lo contrario, es alegría. Ese contexto se me permite narrar la anécdota de un padrecito recién ordenado quien, en el mes de mayo, va a celebrar su primer matrimonio por enfermedad imprevista del párroco. “Ay padre, ¿qué les digo a los contrayentes? No he preparado una homilía.” “Usted diga la primera cita evangélica que se le venga a la mente.” Y así, estando reciente la Pascua, el padrecito, durante la misa dice: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen.” 

Artículo anteriorAlejandra Santiago presenta su libro "Alma" en Chile
Artículo siguienteEn un mundo de valores