Domingo ordinario XX, 18 de agosto
Lorenzo Fer
Se han hecho innumerables representaciones de Jesús a lo largo de estos veinte siglos. Cabe señalar que cada una es producto de la imaginación del autor por cuanto los evangelistas no se detuvieron en su aspecto físico: alto, bajo, espigado, regordete, blanco, moreno, colocho o de pelo liso, pelo corto o largo, barba, nariz afilada o gruesa, labios sencillos o rellenos. Obviamente otras descripciones ocuparon más a los cuatro evangelistas. Las imágenes de las catacumbas romanas difieren de los bellos murales bizantinos y por no decir de la cara en La Pietá, en la crucifixión de Dalí, o en el cuadro Salvator Mundi (por cierto, el cuadro más caro hasta el momento: 450 millones de dólares). Acaso nunca lo sabremos hasta que lo veamos arriba o acá, en su segunda venida. O bien que se demuestre la autenticidad del Manto de Turín y por medio de la tecnología podríamos obtener una buena imagen. Pero todo esto no es necesario porque a Jesús se le lleva en el corazón y no en la pantalla del celular.
Entre las muchas representaciones, millones, hay una en la que Jesús está afuera, tocando con sus nudillos la puerta de entrada. Toca y toca. Sigue tocando, cada vez más duro para ver si alguien adentro se digna a abrir e invitarlo a pasar. Aparece en cuadros, láminas, azulejos, etc.
Traigo a colación esa representación porque refleja la dinámica de los últimos cuatro domingos en lo que se habla con abundancia del símbolo del pan: el maná, el pan de Elías, la multiplicación de los panes y peces, el “pan bajado del cielo”. En otras palabras, Jesús ha estado golpeando las tablas de la puerta avisando que allí está, que quiere entrar en tu corazón. Que para esa perfecta unión nos ha dejado el maravilloso regalo de la Eucaristía. ¿Qué pasa? ¿Es que no escuchan? ¿Es que no he somatado la puerta lo suficientemente fuerte?
Por lo mismo, cualquier devoto católico que haya seguido los mensajes de los últimos 4 domingos debe mirar hacia adentro y preguntarse: ¿cuándo estaré preparado para comulgar? Claro, me refiero a aquellos que todavía titubean; bien por quienes domingo a domingo (y aún entre semana) se acercan al banquete celestial. Los textos bíblicos tienen una proyección universal, obvio, es para todas las naciones, pero la maravilla de sus mensajes es que, en medio de los diferentes versículos, hay un mensaje específico para usted. Sí, para usted. Como si un gran orador se dirigiera a miles de oyentes y, con algún comunicador, un micrófono escondido en la oreja, se comunica al mismo tiempo con usted.
Segunda lectura. En la carta a los Efesios (lugar donde vivió Juan y donde la tradición indica que la Virgen fue elevada al cielo en su gloriosa Asunción), San Pablo les anticipa que “vienen días malos”. Un mensaje válido en esa mitad del siglo primero, pero con mucha vigencia en día de hoy: vienen días malos. Guerra en Israel, en Ucrania, hambrunas en África, escasez de alimentos, cambios de clima, virus que surgen y se propagan rápidamente, ciudades abarrotadas en las que no se puede circular. ¡¿Aló?! Pero Pablo afirma: “No estéis aturdidos, daos cuenta de lo que el Señor quiere”. En otras palabras, nada escapa a la voluntad y plan de Dios. Todo ha de pasar por alguna razón que solo nuestro Señor conoce y, estamos seguros, en nuestro beneficio al final.
Pablo reprende a los que se “emborrachan con vino” que lleva al libertinaje. Obvio que estamos hablando de vino “con piquete”, no mero jugo de uva, como algunos puristas quieren dar a entender. Sí, Jesús tomó sus copas de vino con sus amigos. Claro, con mucha moderación.
Finalmente, nos recuerda que siempre debemos dar gracias a Dios Padre por todo, en nombre de nuestro Señor Jesucristo.
Evangelio. Jesús vuelve a invitar a sus amigos a “comer mi carne y beber mi sangre”. Como que les costaba asimilar la idea. Esta es la esencia de la sacratísima Eucaristía. Una forma de actualizar el misterio de la Encarnación por cuanto en cada pieza de ese pan bendito está ese mismo Jesús que nació en un humilde pesebre, que padeció grandes tormentos y murió, pero resucitó al tercer día y está a la derecha del Padre en espera de su segunda venida. Común-unión, o sea una identificación total de humildes mortales con la divinidad. Grande gracias nos ha concedido Jesús. “Ya no vivo yo. Es Cristo quien vive en mí”, dice San Pablo (Gal. 2:20)
Tan importante es esta prenda de amor que Jesús, como arriba indico, ha insistido en que es el “pan bajado del cielo” y, valga la advertencia, “si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré el último día”.
Al partir el pan está simbolizando su Cuerpo destrozado en la Cruz que se entrega y reparte para todos aquellos que se quieran acercar a la mesa. Y el vino derramado es imagen en esa sangre divina que, por amor, se derramó para alimento y bebida de todos.