Reflexiones Dominicales

Colaboración especial para compartir con los parroquianos y, de paso, con algún sacerdote que pueda sentirse inspirado para su prédica dominical.

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Por: Lorenzo Fer

A más de algún parroquiano le llamará la atención que los ornamentos sagrados sean, nuevamente, de color verde. En recientes domingos el celebrante vistió de morado, rojo, blanco, pero ahora retoma el verde que es propio del tiempo litúrgico “ordinario” que es el que predomina a lo largo del año y solo es interrumpido por el período pascual (Cuaresma y Semana Santa) y el Adviento (Navidades). Este 9 de junio se celebra el 10º domingo de ese tiempo ordinario; la numeración empieza en los primeros días de enero con el primer domingo ordinario, después de la festividad del Bautismo del Señor y finaliza en noviembre con el XXXIII domingo ordinario, previo a la consagración de Cristo Rey y seguidamente llega la temporada de Adviento.

Para las citas evangélicas de las próximas semanas se han escogido más los textos de san Marcos quien es considerado el primer evangelista en el sentido de que fue quien primero plasmó por escrito los relatos de Jesús; hasta ese momento no hacían falta registros porque los seguidores de Jesús tenían conocimiento de primera mano; estuvieron con Él, lo vieron, escucharon sus prédicas que luego compartían entre los nuevos conversos. Pero iban envejeciendo. Según la tradición, san Lucas fue otro evangelista que no conoció a Jesús. Siendo que los actores de primera línea iban muriendo, san Marcos se dio a la tarea de recoger todas esas crónicas y las escribió para diáspora judía en el extranjero, especialmente de Roma, con dedicatoria hacia aquellos que no tuvieron oportunidad de ver y escuchar al Maestro. En las regiones cercanas al Mediterráneo, las comunidades judías estaban de alguna manera influenciadas por sus entornos; vivían en un ambiente diferente a lo que era la vida en Jerusalén e Israel.

En dos de las tres lecturas asignadas para este domingo aparece la figura o referencia del maligno. La primera lectura relata la crónica, muy conocida de “la manzana” que en mal momento comieron nuestros primeros padres (por cierto que en ninguna parte dice manzana, dice fruta, de manera genérica). Vemos aquí la figura del diablo disfrazada de serpiente (por cierto “el más astuto de todos los animales que Yahvé había hecho”) la que engaña a Eva haciéndole creer que si comían de dicha fruta “serán como dioses”. Dios maldice a la serpiente, obligándola a arrastrarse por el polvo y a comer tierra. También el texto hace referencia a dos aspectos que a veces pasan desapercibidos: menciona un enfrentamiento, que es permanente y lo complementa la referencia a “la descendencia de la serpiente”; en otras palabras, hoy en día existen “descendientes” de la serpiente que están presentes, disfrazados, ya no de sierpes sino de cualquier otra forma o artilugio que sus negros poderes le facilitan. Que cada uno interprete. De allí la necesidad constante de la fe y la oración, la protección de san Miguel Arcángel y otros fieles defensores de las almas. En todo caso, Dios anuncia la intervención de ”la mujer” y anticipa la participación de la Virgen María que, llevando a Cristo en su seno, aplastaría a la serpiente, de hecho, son muchas las representaciones marianas en las que aparece pisando a la sierpe. En el Apocalipsis, 12:1, se vuelve a mencionar a “una mujer, vestida del sol, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas sobre su cabeza.” 

En la “tercera” lectura, esto es en el Evangelio se hace referencia a la supuesta influencia o ayuda de Belcebú en las actuaciones y milagros de Jesús. Esta narración de Marcos, que es de lo capítulos iniciales, nos sitúa en las primeras actuaciones de Jesús, cuando el nuevo predicador empezaba a destacar. Dice el texto que Jesús volvió a su casa. En párrafos anteriores se indica que esa casa estaba en Cafarnaúm, pequeño pueblo pesquero en el norte del lago de Genesaret. Todo indica que un día habría dejado su taller, que seguramente estaba en Nazaret y se fue a recorrer los pueblos cercanos de Galilea y se estableció en el dicho pueblo de Cafarnaúm. En otras palabras, fue el pueblo que adoptó como propio, de ahí deriva su relación con los pescadores, las barcas, las redes, los peces, etc.

Para la gente era una novedad los rumores, cada vez mayores del novedoso mensaje y los milagros que realizaba el hasta entonces era un joven carpintero. Por eso empezaba a tener seguidores, pero también detractores. Muchos detractores. “Nadie es profeta es su tierra”. Y entonces “le dieron palo”, y duro. Algunos decían que había perdido la cordura, que estaba loco, por eso mandaron a llamar a sus familiares (a Nazaret) para que se lo llevaran. También llegaron escribas “que bajaron de Jerusalén” con el obvio encargo de, “echar ojo”, de informar respecto a este nuevo predicador. Fueron ellos los que gritaron que sus poderes provenían del maligno. Jesús rebatió: si Él venía a combatir al demonio era ilógico que sus poderes derivaran del demonio. Si el venía a echar al maligno ¿cómo era posible que tuviera ayuda del maligno? Si un reino se divide no puede permanecer. De esa manera dejó en claro que venía a combatir al enemigo y, además, afirmaba que era más fuerte que él y lo iba a reducir.

Por eso pronunció una advertencia muy dura, acaso la más severa que expresó a lo largo de todas sus prédicas: reiteró que todos los pecados, hasta blasfemias, podrían obtener perdón (para eso había venido al mundo, para sanar a los enfermos), pero los únicos pecados que no se perdonarían serían aquellos que se pronunciaran contra el Espíritu Santo. Contra aquellos que negaran la procedencia e inspiración divina de Jesucristo.

En la parte final del texto relata otra escena conocida. Le avisan a Jesús que afuera estaban su madre y parientes (acaso para llevárselo por aquellos infundios de su desequilibrio mental), a lo que Jesús contestó que su madre y sus hermanos son aquellos que hicieren la voluntad de Dios.

Con cierta mala intención, algunos tratan de ver aquí una especie de distanciamiento o rechazo a la Virgen María y resto de su familia. (Lo relativo a parientes, hermanos, primos, etc. lo veremos en otra ocasión). Pero no es así. Nadie, más que su madre, seguía la voluntad de Dios, desde el principio: “hágase en mí según tu palabra”.  Y sería impensable cualquier alejamiento hacia su madre, que lo acompañó, desde las bodas de Caná hasta su crucifixión.  No apartaba Jesús los aspectos materiales, no negaba los vínculos familiares, lo que hacía es resaltar los vínculos espirituales en esa unidad escatológica que nos hermana a todos los que “hicieren la voluntad de Dios.”

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