Me ha sorprendido, y me impresionó, escuchar a gente joven que participa en la política actual que dice que los “movimientos revolucionarios” son del pasado y, de alguna manera, irrepetibles. Tener hoy a un binomio gobernante capaz y honesto, en medio de la crisis que los sectores poderosos provocaron con sus doce años de gobiernos procorrupción e impunidad, ha sido resultado de un proceso revolucionario. Es producto de siete decenios de resistencia al imperio y a la oligarquía criolla, la mitad de ese tiempo con Conflicto Armado Interno. Las y los revolucionarios no hemos ocupado un solo día la presidencia del país, y la indispensable lucha armada de treinta y seis años no está a punto de repetirse; pero las luchas por una Nueva Guatemala no han cesado ni un momento, pese a las políticas de genocidio y tierra arrasada, a los cantos de sirena del CACIF con su modelo capitalista neoliberal, a la “dictadura de la corrupción” ejercitada por Pérez, Jimmy y Giammattei, y a la “guerra judicial” lanzada por el MP y el sistema judicial para hacerse del “poder total”.
Esto que afirmo para Guatemala también se cumple para el resto de Centroamérica. Las luchas se han mantenido para recuperar trozos de democracia. Xiomara Castro gobierna Honduras, luego de padecer el “golpe blando” de Washington contra su esposo, Manuel Zelaya, con la complicidad de la clase política, el sector privado y la voluble clase media; dos períodos de dictadura corrupta fueron terminados con un proceso democrático electoral y revolucionario. El Salvador se encuentra en un momento más difícil, porque la ciudadanía buscó una opción distinta luego de gobiernos del FMLN, a los que les fue imposible otorgar los beneficios esperados del Acuerdo de Paz y garantizar la seguridad ciudadana. Cansada de limitaciones y de violencia criminal, optó por un personaje, Bukele, que gobierna bajo Estado de excepción, sin derechos humanos, para imponer y manejar su dictadura totalitaria. Una decisión eleccionaria semejante se había tomado en Nicaragua en 1990, ante el temor de que Estados Unidos intensificara la guerra de la Contra si los Sandinistas seguían en el gobierno. El costo fue el retorno de la derecha, con sus desmanes de siempre, lo que obligó a nuevos procesos políticos, aunque ya no fueron armados. El FSLN ha vuelto a gobernar; pero la presión del imperio y las derechas mantiene la desestabilización.
Los cuatro países -El Salvador, Guatemala, Honduras y Nicaragua- necesitan la inmediata renovación de sus procesos revolucionarios, comenzando con su propia redefinición a la luz del necesario enfrentamiento contra el neoliberalismo, el fascismo, el nazismo y el supremacismo, que parecen cautivar a las élites locales. Para esta nueva fase de la lucha por la democracia, tanto representativa como participativa, será indispensable proponerse, para comenzar, la articulación de las luchas de los pueblos centroamericanos, y después de la América morena entera. Hay que caminar en dirección a la Segunda Independencia, política y económica, no solamente del imperio, que es obligada, sino también de las clases ricas que quieren dominar.







