Han transcurrido ocho décadas desde la culminación de la gesta liberadora conocida como Revolución del 20 de Octubre de 1944, que transformó el país feudal y oligárquico, y sumiso al imperio estadounidense, en un Estado digno, en búsqueda de la democracia real y el desarrollo social y económico, que logró por diez años hacer florecer la “Primavera Democrática”. Fueron diez años de logros innegables e inéditos -eliminación de la represión dictatorial, código de trabajo, seguridad social, educación, universidad nacional autónoma, autonomía municipal, condición de “país no alineado”, reforma agraria, desarrollo agropecuario, salud y educación pública, diversidad de partidos políticos, dos elecciones democráticas y muchos más- que fueron cercenados por la CIA y Washington, en 1954, en contubernio con la United Fruit Company.
Han sido también setenta años de lucha -social, política y, por necesidad, armada- por recuperar el rumbo de la dignidad, luego de la intervención del imperio estadounidense, la contrarrevolución de la mal llamada “Liberación”, las dictaduras militares y militarizadas, la traición al Acuerdo de Paz Firme y Duradera de 1996, logrado por la URNG, los gobiernos neoliberales que vendieron su alma al diablo, la “dictadura de la corrupción”, y el incierto presente, con un gobierno honesto en constante duda sobre tomar o no las medidas políticas necesarias contra las mafias criminales, corruptas y golpistas. Celebro estar, por primera vez, bajo gobierno honesto; pero de no ampliarse y profundizarse la lucha revolucionaria, terminaremos igual o peor que antes.
Continuar la Revolución es un imperativo histórico: el feudalismo ha evolucionado -pese a que CAMAGRO insiste en la segunda rapiña del país- sin haber desaparecido. Tampoco desaparece el racismo y todo tipo de discriminaciones. La brecha entre ricos y pobres se hace cada día más grande y los pobres aumentan con las capas medias pauperizadas. El capitalismo se ha hecho más descarnado bajo el modelo neoliberal, generando más pobreza, expulsando masas de migrantes y sumiendo al país en el fango de la corrupción y la injusticia. La Revolución es más necesaria que nunca y puede ser sociopolítica o armada. Insto al gobierno de Arévalo y Herrera a abrir las vías democráticas; pero de fracasar esta opción, debemos estar dispuestos a la acción armada. Para evitar esta, urge un Diálogo Nacional, que Arévalo puede y debe convocar, a fin de sentar a la mesa y lograr acuerdos entre las Autoridades Ancestrales en un polo y el sector privado en el otro, junto a los demás sectores sociales. Este Diálogo debe conducir a un Pacto Social, el primero realmente concertado en la historia del país y no impuesto por la clase dominante, que sea la base de una nueva Constitución, la de un Estado plurinacional, multicultural y multiétnico. Retomemos la vía de la negociación honesta, como se hizo cuando la Asamblea de la Sociedad Civil sentó los fundamentos para el Acuerdo de Paz firme y duradera. De no encontrarse vías democráticas para superar nuestras crisis, las juventudes, siempre en rebeldía, recurrirán a las armas.