La crisis de nuestro país es total; al haberse perdido la ética el colapso de las instituciones ha sido imparable. Ya no sólo la política está dominada por los grandes capitales, sino que ésta conduce a que cada día más lo económico y social quede en manos corruptas. El apoyo constante de Monseñor Gerardi a la larga lucha por la paz revalorizó la ética por encima de los grandes capitales; pero pagó con su vida su compromiso con los derechos humanos y la dignidad de las y los pobres.
Tengo en la memoria retazos de su dedicación a las y los oprimidos. Supe de él a finales de los años 70, con su labor comprometida con los habitantes de El Quiché, en su condición de Obispo de esa diócesis. La violencia de las fuerzas armadas se intensificó contra las grandes mayorías, especialmente indígenas, la cual Gerardi y los religiosos alrededor de él intentaron detener, sin éxito.
Se vio obligado a cerrar su diócesis, luego de que religiosos, catequistas, sacristanes y feligreses fueran perseguidos y asesinados, y fue obligado al exilio. Exiliado en Costa Rica, cuando se formó el Comité Guatemalteco de Unidad Patriótica (CGUP) algunos integrantes tratamos de hablar con él, lo cual no se produjo de manera formal. Eventualmente, coincidimos en la Comisión de Derechos Humanos de la ONU, en Ginebra, Suiza, y tuve la suerte de dialogar ampliamente sobre la situación de los derechos humanos en Guatemala.
Personalidad extraordinaria, muy inteligente y hábil diplomático, no perdía su sentido del humor cuando socializaba con representantes de la Oposición Guatemalteca o embajadores, delegados y funcionarios. Su testimonio daba enorme peso a nuestras denuncias. Traté con él y con Monseñor Quezada Toruño, ambos conciliadores del Diálogo Nacional, cuando nos invitaron a participar en el mismo y discutir propuestas para buscar la paz. El papel de ambos fue crucial y determinante para que se firmara el Acuerdo de Paz Firme y Duradera.
No le volví a ver durante la elaboración del Informe del REMHI sobre las gravísimas violaciones de los derechos humanos durante el conflicto; me impresionó, sin embargo, su discurso de presentación al pueblo de Guatemala, con claridad, honestidad y contundencia.
La verdad fue expuesta en el “Nunca Jamás”, para que la sociedad guatemalteca la asumiera. Fui impactado con la noticia de su asesinato, el 25 de abril de 1998, y participé junto a decenas de miles de personas durante su sepelio, para reafirmar nuestra determinación de impedir la repetición de crímenes de lesa humanidad.
Cabe preguntarnos qué nos pasó que hemos permitido la destrucción de las instituciones democráticas y la traición de los acuerdos de paz. Ha habido muchos factores, sin duda, y no pocos responsables; pero, esencialmente, permitimos que la ética fuera abandonada, particularmente en el Estado y el sector privado. Gerardi nos hace notar, con su asesinato y el encubrimiento oficial, que los autores intelectuales y materiales, y sus herederos, tienen hoy el poder del Estado.
Gerardi nunca dejó de luchar y nos afirma que, en apego a la ética, nosotros tampoco podemos dejar de luchar por rescatar el país.