Raúl Molina
Desde que fundamos en 1982, con varios colegas, la Representación Unitaria de la Oposición Guatemalteca (RUOG), sostuve que la revolución armada en Guatemala era, en esencia, el ejercicio del derecho a la rebelión, según la Declaración Universal de los Derechos Humanos, que dice: “Considerando esencial que los derechos humanos sean protegidos por un régimen de Derecho, a fin de que el hombre no se vea compelido al supremo recurso de la rebelión contra la tiranía y la opresión”. Ese supremo recurso fue utilizado por el Pueblo guatemalteco entre 1960 y 1996, hasta que se firmara el Acuerdo de Paz Firme y Duradera. En estos días, Guatemala vive de nuevo la “tiranía y la opresión”, no por parte de un dictador individual, sino que del grupo de mafiosos que he denominado “maquinaria de la corrupción”, que maneja el país en favor de la corrupción y la impunidad por toda clase de crímenes, delitos y abusos. La opresión le ha quitado al Pueblo de Guatemala la posibilidad de elegir a un gobierno capaz y probo. Otto Pérez, Jimmy Morales y Alejandro Giammattei representan diez años de servicio incondicional a los “poderosos” del país, es decir, los grandes ricos, el crimen organizado y los militares. Se ha privado al Pueblo de un Congreso que lo represente, que aprueba cuanto le exige la “maquinaria”, aunque ésta tenga que pagar millones de quetzales para premiar su servidumbre. Y en los años más recientes se ha expulsado del Ministerio Público y del Sistema de Justicia a las personas honradas que han tratado de combatir el crimen, la corrupción y la impunidad. Esta “maquinaria” se apresta a apoderarse también de la Procuraduría de Derechos Humanos y aún de la Universidad de San Carlos de Guatemala, en violación de la autonomía universitaria. Estamos bajo una tiranía.
Ante esta tiranía debemos rebelarnos, constantemente. No significa lanzarnos a la lucha armada, aunque no podemos descartarla. Una lucha armada requiere que se generen las condiciones para hacerla efectiva; la entrega de su vida por algunos idealistas no es suficiente. En el pasado se organizó la lucha de tal manera que durante treintaiséis años se pudo enfrentar a uno de los ejércitos más sanguinarios del continente americano, forzándolo a firmar la paz. Lograr esas condiciones no es fácil; pero, afortunadamente, no es la única forma de hacer la rebelión. En diversos lugares del mundo han surgido revoluciones de nuevo tipo, con grandes masas ciudadanas haciendo un frente común. De hecho, así expulsamos a Otto Pérez y Roxana Baldetti, en 2015, y casi expulsamos a Jimmy Morales y Jafeth Cabrera, en 2017, antes de que se refugiaran en Trump para mantenerse. Nos corresponde enfrentar al régimen actual en cada una de sus medidas autoritarias, por ejemplo, ante el desmantelamiento de la FECI o la presión del presidente al PNUD para cambiar a su favor el Informe de Desarrollo Humano de Guatemala, como sus autores han denunciado. No debemos dejar pasar nada, ni alfombras ni tamaletas y mucho menos el pésimo manejo de la pandemia de COVID-19. ¡A organizarse y que crezca la indignación hasta que el estallido social sea inevitable, intenso y victorioso!