La estrategia de Nayib Bukele en El Salvador ha sido celebrada por su efectividad inmediata contra la violencia criminal. Los logros son innegables: reducción de homicidios, calles más seguras, auge del turismo. Sin embargo, al observar con atención, emerge una narrativa más compleja y peligrosa.
Bukele ha construido un sistema político donde el control absoluto del Ejecutivo, un Congreso leal y un Poder Judicial debilitado le han permitido gobernar bajo un régimen de excepción indefinido. Miles de personas han sido encarceladas sin debido proceso, bajo la lógica de que el fin (la seguridad) justifica los medios.
Guatemala debe observar con cuidado. Aquí, también padecemos los efectos de la violencia estructural y la impunidad. Pero la tentación de copiar modelos autoritarios, disfrazados de eficacia, puede conducirnos a retrocesos aún más profundos. Necesitamos instituciones sólidas, reformas profundas, y una ciudadanía activa, no líderes mesiánicos ni soluciones de fuerza.
La paz verdadera no se impone por decreto ni se encierra entre rejas. Se construye garantizando justicia social, educación, salud, empleo digno y fortalecimiento institucional. De lo contrario, como en El Salvador, solo estaremos aplazando el estallido.