La educación formal tiene como propósito moldear nuevos hábitos, especialmente en la infancia, construyendo sobre las bases que se desarrollan en el hogar. En cambio, la educación en salud tiene un reto distinto: debe intervenir sobre hábitos ya arraigados, que han sido interiorizados y reproducidos durante años, muchas veces sin cuestionamiento. Estos hábitos, adquiridos por imitación de padres y cuidadores, se convierten en parte del comportamiento cotidiano del individuo.

Lo complejo de este proceso radica en que los adultos, al ser modelos de conducta involuntarios, transmiten prácticas que los niños internalizan y repiten. Una vez que estas acciones se consolidan con el paso del tiempo, modificarlas en la adultez implica romper patrones profundamente incorporados.

Transformar un hábito cotidiano exige al menos cinco meses de repetición e insistencia, estudios más recientes coinciden en que aunque no hay un número exacto de días para lograrlo, en promedio se requieren alrededor de 66 días para que un nuevo comportamiento se vuelva automático. Sin embargo, si se trata de sustituir habilidades ya adquiridas —especialmente aquellas incorrectas— el proceso es aún más prolongado y desafiante.

La clave del cambio está en la práctica constante en contextos reales. La repetición activa, la personalización de estrategias y la vinculación con situaciones de la vida cotidiana son más eficaces que la enseñanza meramente teórica. En este sentido, formar o modificar hábitos requiere más que conocimiento: exige participación, motivación y constancia.

Esto se vuelve especialmente evidente en el ámbito de la higiene bucal. Desarrollar hábitos efectivos que promuevan la salud oral del paciente implica mucho más que saber cómo cepillarse. Se trata de aprender a hacerlo correctamente cada vez, utilizando una técnica personalizada que responda a las características particulares de la boca y la dentición de cada individuo.

Uno de los cambios más urgentes en este ámbito es asignar un tiempo y un momento específicos para la higiene bucal, tratándola como una acción principal y no como una actividad accesoria. Una higiene oral efectiva y cuidadosa solo es posible si se realiza con atención plena, evitando prácticas rápidas o mecánicas que perpetúan la acumulación de placa o el daño a los tejidos blandos.

En resumen, la educación en salud representa un desafío complejo pero indispensable. En odontología, lograr que el paciente comprenda, valore y practique una higiene bucal adecuada demanda una intervención educativa profunda, paciente y personalizada. La transformación de hábitos es posible, pero solo cuando se acompaña de intención, constancia y una guía profesional comprometida.

Dr. Rafael Mejicano Díaz

Cirujano Dentista. Ms. Dr.h.c., Universitario Distinguido por la Universidad de San Carlos, Decano de Ciencias de la Salud Universidad San Pablo de Guatemala, Profesor Universitario, Consultor en temas de mejoramiento de la atención odontológica y tecnología dental, Investigador CONCYT y CONAHCYT, fundador y desarrollador de Multimédica Vista Hermosa, Empresario comprometido con el desarrollo de las personas, de la familia y la patria. Ha participado como consultor en diferentes países para el mejoramiento de la tecnología dental avanzada.

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