Autor: Adam Franco
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Sobre el Autor: Estudiante de Ciencias Jurídicas y Sociales y Relaciones Internacionales con especialidad en Analista de Política Internacional, en la Universidad de San Carlos de Guatemala.


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Hace unas semanas, un catedrático compartió con nosotros una reflexión que surgió a partir de un artículo publicado por el licenciado Mario Antonio Sandoval de nombre: “La estupidez, característica humana”. A raíz de dicha exposición, me dispongo a compartirles una pequeña apreciación personal del tema.

Desde que somos pequeños, en nuestros hogares y en la escuela nos enseñan a convivir con el otro, a relacionarnos de forma asertiva, tolerante, empática y solidaria; estos valores están implícitos en cada interacción social, y por ello, son primordiales para desenvolvernos ponderadamente dentro de la sociedad. Lo que resulta curioso es que, en esa etapa de formación, nunca se nos enseña cómo afrontar la estupidez ajena, ni cómo moderar la propia.

Pareciera que el cómo afrontarla y moderarla solo se aprende a través de la experiencia (no pocas veces, amarga) y la madurez. Quizás no se menciona por decoro, por ser un tema tabú o porque hemos asociado culturalmente la torpeza con la deshonra, la afrenta y la ignominia, cosas que es mejor no señalar para no ser medido con la misma vara.

Este silencio (o crítica indirecta sin efectos reales), ha provocado que muchos de los que adolecen de falta de juicio, terminen perjudicando con mayor o menor conciencia a grandes grupos de personas, a veces con impactos irreversibles. ¿Por qué entonces no se nos enseña a afrontar y señalar la insensatez de forma asertiva y constructiva?

Está claro que todos nacemos ignorantes y que todos nos enfrentamos diariamente a una batalla intelectual en la que procuramos no quedar expuestos ni vulnerables. Al ser una experiencia compartida, no debería ser objeto de tan grave vilipendio, pero lo es; esto provoca no solo que frecuentemente señalemos el error ajeno con odio, también conlleva que la persona que está siendo señalada se resguarde en su porfía y hace caso omiso a los comentarios nocivos, fortaleciendo así su autopercepción de estar haciendo lo correcto.

Vale la pena mencionar que esta forma de juzgar se vuelve más agresiva en sociedades oprimidas, donde el resentimiento y la impotencia están profundamente arraigados, tal como ocurre en la nuestra. En una sociedad donde constantemente nos sentimos indefensos, criticar las limitaciones intelectuales del otro nos otorga un halo de conquista y fortalece nuestra autopercepción, condición indispensable para poder sobreponerse a la naturaleza hostil de nuestro ecosistema.

Sin embargo, la cómoda crítica que hacemos por lo general se queda en eso, drenando energía necesaria para hacer lo que verdaderamente deberíamos: actuar, ya sea asumiendo la responsabilidad del desatino de otra persona que estaba a nuestro cargo, corrigiendo nuestro propio actuar, o si se hace imposible aplicar una corrección directa, por lo menos informar al resto para que no caigan en la misma desinformación, y así hacernos menos vulnerables.

Esto no es tarea sencilla, requiere un esfuerzo de introspección, algo de lo que nuestra naturaleza humana siempre ha huido. A criterio de su servidor, habría que reconocer que quizás, pasaremos toda nuestra vida adoleciendo de torpeza. Hasta el más reconocido y experimentado doctor académico y letrado podría ser expuesto como un insensato si se evidencia su incompetencia en un tema concreto, pero no por ello sería justo llamarlo como tal, y si alguien osadamente lo hiciera, probablemente la reacción del afectado sería defensiva y marrullera.

Quizás si fuéramos capaces de dejar de lado nuestros intereses egoístas y nuestra crítica vacía, podríamos influir para que las personas que quieren servir en nuestra sociedad, pero no saben cómo, puedan hacer cambios positivos, mejorando sus competencias. Esto debe de partir de nosotros mismos, de desarrollar nuestro pensamiento crítico para prevenir los errores derivados de nuestra incomprensión, y fortalecer nuestra humildad para poder corregir los del otro de manera más afable.

Todos hemos sido ignorantes en algún momento, y a nadie le gusta que lo expongan como tal. Es una condición evitable, pero que hay que enfrentar animosamente. Hasta de eso podemos aprender, de cómo ser estúpidos el resto de nuestras vidas, de cómo equivocarnos sin señalar ni ser señalados. Quizás este pueda ser el primer paso para vivir mejor con nosotros mismos y con los demás.

 

Jóvenes por la Transparencia

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