Por: Deyna González
Ig: @deygc_
Estudiante de Ciencias Políticas en la Universidad de San Carlos de Guatemala, amante de la escritura y crítica política.
Aún recuerdo, no hace mucho, cuando con mis amigos y familiares, si surgía la pregunta por la distancia hacia algún destino como centro comercial, amenidad, monumento o zona, se solían referir al mismo en términos de distancia. Algunas de las frases que solían escucharse eran: “Acá a seis cuadras”, “A 2 kilómetros del centro”, “A un pasito de la terminal”, etc.
Sin embargo, con el paso del tiempo, contrario a mejorar, cada día parece empeorar la situación del tráfico vehicular en Guatemala, en especial en la ciudad capital, demorando horas en llegar a un destino que, en términos de distancia, se encuentra muy cerca.
Desde muy temprano por la mañana hasta altas horas de la noche, cientos de miles de guatemaltecos se enfrentan a una verdadera odisea para llegar a sus destinos. Las calles, saturadas de vehículos, se convierten en un laberinto de metal que parece no tener fin.
El tráfico, un problema crónico en nuestro país, afecta nuestra calidad de vida, nuestra economía y nuestro medio ambiente. ¿Por qué seguimos atrapados en esta espiral de congestionamiento y qué podemos hacer para cambiar esta situación?
Sería demasiado fácil culpar a los clanes familiares que han tenido cooptada a la municipalidad de la ciudad capital desde hace más de 30 años. De todos modos, no son los únicos causantes del desorden; a través de su ineptitud, el mismo patrón se repite con diferentes perfiles y malos líderes en otras municipalidades aledañas, como Mixco, Santa Catarina Pinula, San José Pinula, Villanueva, Villa Canales, San Lucas, San Juan Sacatepéquez, Chinautla, etc.
La realidad del tráfico se resume en cuatro grandes factores: primero, decadente infraestructura; segundo, centralización en general; tercero, carencia de alternativas de transporte público; y cuarto, pero no menos importante, falta de planificación urbana. El agravante a estos, ya de por sí muy malos factores, es que orbitan alrededor de un terrible núcleo: la corrupción desmedida.
De nada nos sirve que abran más rutas de buses si van a transitar las mismas calles colapsadas de vehículos y motocicletas. En vano sería invertir en mejorar la infraestructura vial si no se respetan los horarios de tránsito pesado ni se le da el mantenimiento adecuado. Irreal sería pensar que una verdadera descentralización proveyera oportunidades equitativas de desarrollo en todo el país si las brechas de desigualdad se sostienen por parte del sector privado. Irrisorio sería poner planes de desarrollo urbano estratégicos y sustentables en manos que no tienen la preparación, voluntad política ni el equipo de trabajo para llevarlo a cabo.
Considero que es momento de dejar a un lado las propuestas blandas que dependen de las voluntades de algunos malos hijos de la patria y que se empiecen a fortalecer iniciativas reales de transporte alternativo, tal como la propuesta del metro riel, para dejar ya de comprar más buses que, en última instancia, solo aportan a las ya colapsadas calles que por horas recorre la población para poder trabajar, estudiar y vivir.
Es importante destacar alternativas como las ya exitosas en Londres, Singapur o, más recientemente, en Nueva York, con los peajes por congestión. Estos peajes consisten en que los conductores que ingresen a la zona de congestión durante las horas pico tendrán que pagar una tarifa. Claro, este incentivo para que las personas utilicen el transporte público o alternativas de viaje funciona a partir de que estas ciudades sí cuentan con un verdadero abanico de opciones de transporte público, y no simplemente más buses. Además, es muy probable que esos fondos recaudados se reinviertan en infraestructura y desarrollo urbano, y no vayan a caer a los bolsillos de políticos mañosos.
Pero bueno, en lo que llegan las soluciones, al final del día en algo sí tenemos que estar todos de acuerdo: ni mi tiempo es más importante que el de ustedes, ni el de ustedes más que el mío. Practiquemos la tolerancia, practiquemos el respeto, sigamos las normas de tránsito, no seamos neandertales al volante y, aun si vamos a 10 kilómetros por hora, recordemos algo muy importante: aunque vayamos despacio, vayamos hacia adelante siempre.