Meybel Amaya
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Pensar en Guatemala es enfrentarse a una paradoja. Por un lado, existe un potencial extraordinario que nace de su diversidad cultural, su riqueza natural y la resiliencia de su gente. Por el otro, esta misma riqueza convive con desafíos históricos que parecen inamovibles: pobreza, exclusión, corrupción y una profunda desconfianza hacia las instituciones públicas. Pero si algo queda claro al observar nuestra trayectoria como nación es que los grandes cambios no se originan desde un solo punto. El motor de cualquier transformación es colectivo y debe surgir tanto de las estructuras formales como de la acción de los ciudadanos.

En este 2024, las tensiones políticas y sociales han expuesto con mayor claridad nuestras diferencias. La polarización, aunque desgastante, nos muestra un aspecto central de nuestra realidad: no sabemos dialogar. En lugar de construir sobre nuestras diferencias, las hemos convertido en obstáculos. Esto no solo afecta la manera en que percibimos al otro, sino también nuestra capacidad para resolver problemas que requieren colaboración. Este escenario nos obliga a preguntarnos: ¿cómo dejamos de construir sobre el conflicto y comenzamos a articular propuestas reales que beneficien a todos?

Un punto de partida esencial es reconocer que las diferencias no son obstáculos, sino fuentes de aprendizaje. En un país con 25 idiomas y una rica herencia cultural, no debería ser tan difícil comprender que cada perspectiva aporta un matiz distinto. Sin embargo, nuestra historia está marcada por el intento de homogeneizar, de ignorar las voces disidentes o de imponer soluciones que solo benefician a una parte de la población. Este modelo no solo es insostenible, sino que perpetúa la exclusión y el resentimiento.

Si queremos imaginar un futuro distinto, debemos replantear la manera en que interactuamos como sociedad. Esto no implica ignorar los conflictos o las desigualdades; al contrario, significa enfrentarlas con propuestas concretas.

Por ejemplo, la pobreza no se resuelve únicamente con programas asistencialistas. Necesitamos políticas económicas que impulsen el desarrollo a nivel local, que prioricen la inversión en educación y que fomenten el emprendimiento en las comunidades más vulnerables. Esto solo será posible si dejamos de pensar en soluciones a corto plazo y comenzamos a diseñar estrategias sostenibles que respondan a las necesidades reales de la población. Es momento de actuar.

Sin embargo, actuar no significa improvisar ni recurrir a las viejas prácticas  que han fracasado una y otra vez. Significa, en cambio, escuchar a las comunidades, identificar sus necesidades específicas y cocrear soluciones que respondan a las demandas de la población.

Hoy más que nunca nos debemos de replantear ¿hacia dónde vamos?

Otro tema urgente es la legitimidad de nuestras instituciones. La corrupción, como bien sabemos, ha erosionado la confianza en los poderes del Estado. En Guatemala, los procesos de elección de magistrados y jueces han sido cooptados por intereses políticos y económicos, lo que afecta directamente el acceso a la justicia. No podemos esperar que el sistema funcione si quienes lo administran no son seleccionados por mérito, sino por conexiones o compromisos. Por ello, es fundamental retomar el debate sobre la reforma constitucional. Esta no debe ser vista como una amenaza, sino como una oportunidad para replantear las reglas del juego, asegurando mayor transparencia y participación ciudadana.

2025: Un año de demandas ciudadanas

El próximo año debe marcar un punto de inflexión en la historia reciente de Guatemala. No podemos seguir normalizando los escándalos de corrupción ni aceptando la ineficacia de un sistema que ha fallado a la mayoría. Necesitamos crear una verdadera democracia. Esto solo será posible si la ciudadanía mantiene la presión constante, exige resultados concretos y se involucra en los procesos de toma de decisiones.

Hoy creemos que es necesario comenzar a materializar las promesas de campaña y buscar soluciones.

En este sentido, las universidades, los centros de investigación y las organizaciones de la sociedad civil tienen un papel muy importante. No basta con denunciar las irregularidades; es necesario proponer modelos alternativos, basados en experiencias exitosas de otros países o en soluciones adaptadas a nuestra realidad. Las reformas no deben ser impuestas desde arriba, sino construidas desde abajo, con un enfoque que priorice el fortalecimiento de la justicia. Hay que comenzar a construir el país, hay que decirlo hasta que canse.

Por otro lado, el sistema educativo debe transformarse en el eje central de cualquier política de desarrollo. En un país donde miles de niños abandonan la escuela cada año debido a la pobreza, invertir en educación no puede seguir siendo un discurso vacío. También debemos entender que es necesario fortalecer a los maestros y maestras, quienes son agentes clave en este proceso. Necesitamos un modelo que valore nuestras lenguas originarias, que fomente el pensamiento crítico y que prepare a las nuevas generaciones. La educación no es solo un derecho humano; es la herramienta más poderosa para romper el ciclo de la pobreza y construir una sociedad más igualitaria. Aquí comienza la primera transformación.

El papel de la juventud en 2025

Históricamente, la juventud se había mantenido al margen del debate político, pero esa percepción está cambiando. Cada vez más jóvenes entienden que su papel es esencial en la construcción de un futuro diferente. Aunque muchos se sienten desencantados con el sistema actual, su energía, creatividad y capacidad de innovación tienen el potencial de convertirse en motores de un cambio significativo.

Esto requiere abrirles espacios genuinos de participación, no solo como representantes en el ámbito político, sino también como actores clave en la toma de decisiones en sus comunidades, en la educación y en el desarrollo económico. Su involucramiento no debe ser simbólico, sino activo y transformador.

Los jóvenes no solo necesitan ser escuchados; necesitan ser protagonistas del país que están heredando. No basta con invitarles a mesas de diálogo; hay que garantizar que sus propuestas sean tomadas en cuenta y que su liderazgo se vea reflejado en acciones concretas.

Creemos en un país lleno de posibilidades

Guatemala sigue siendo un país lleno de posibilidades. Quiero resaltar que en esta Navidad, con su mensaje de renovación, nos recuerda que cada final es también un comienzo. Sin embargo, este cambio no puede limitarse a un simbolismo pasajero.

La reflexión debe transformarse en acción. Esto significa preguntarnos, como individuos, qué estamos haciendo para mejorar nuestra realidad. ¿Estamos dispuestos a involucrarnos más allá de nuestra comodidad? ¿O seguimos esperando que alguien más solucione los problemas que enfrentamos?

El verdadero desafío no radica únicamente en los grandes proyectos, sino en las pequeñas decisiones diarias. Escuchar antes de juzgar, actuar con ética en nuestras interacciones cotidianas, ser responsables con el entorno y priorizar el bien común por encima del interés personal son pasos necesarios hacia una sociedad diferente. Estas acciones, aunque parezcan insignificantes, tienen un impacto acumulativo que puede transformar la dinámica de nuestras comunidades.

Fortalecer la región centroamericana

En esta misma columna, me gustaría resaltar otro aspecto que no podemos ignorar: el papel de la región centroamericana en nuestro desarrollo. Los problemas de Guatemala no son únicos; países como El Salvador, Honduras y Nicaragua enfrentan retos similares. La migración, el crimen organizado y la desigualdad son fenómenos transnacionales que requieren soluciones coordinadas. Por ello, es necesario fortalecer los vínculos entre los países de la región, apostando por una cooperación que trascienda los discursos políticos y se enfoque en soluciones prácticas.

El enfoque regional también implica aprender de las experiencias ajenas. Por ejemplo, las reformas judiciales o los modelos educativos en algunos países sudamericanos ofrecen lecciones valiosas que podrían adaptarse a nuestro contexto. Esto no significa copiar modelos, sino analizar qué ha funcionado en otros lugares y cómo podemos aplicarlo de manera efectiva.

Un cambio para todos

Finalmente, no podemos olvidar que cualquier transformación debe ser para todos. Las mujeres, las comunidades indígenas, las personas con discapacidad y otros grupos históricamente marginados deben estar en el centro del debate. No se trata de otorgar privilegios, sino de garantizar igualdad de oportunidades. Esto implica diseñar políticas públicas que respondan a las necesidades específicas de cada grupo, reconociendo que no todos parten desde el mismo punto.

Última reflexión…

¿Qué tan dispuestos estamos a dialogar con quienes piensan distinto? ¿Estamos abiertos a reconocer que nuestras ideas no siempre tienen la razón absoluta? Estas preguntas no buscan incomodar, sino sacudirnos de esa inercia que, en medio del caos, nos ha hecho olvidar el poder que tenemos para construir algo mejor.

El país que soñamos no llegará de manera espontánea, ni por el esfuerzo de unos pocos. Dependerá de nosotros, de cada uno de nosotros, de nuestra disposición a ser parte del cambio, a tomar acción desde donde estamos, con lo que tenemos. Es el momento de asumir nuestra responsabilidad, de dejar de esperar que otros lo hagan y de empezar a actuar, cada uno en su lugar. Porque, como bien dijo Galeano, mucha gente pequeña, en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas, puede cambiar el mundo.

¡Es momento de construir el país!

Jóvenes por la Transparencia

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