Jóvenes por la Transparencia

post author
Por Franco L. Farías, economista autodidacta de la Escuela Austriaca y coordinador senior de Students For Liberty.
Link del articulo: 

Construyendo el futuro económico de Guatemala: la necesidad de una ley de competencia y una visión de país

IG:franco.lfv

 

Este comentario es una apreciación sobre lo planteado en Construyendo el futuro económico de Guatemala: la necesidad de una ley de competencia y una visión de país, escrito por Luis Pablo San José. Si no se ha leído este articulo será complicado tomarle el gusto a mi escrito. El artículo de Luis Pablo se encuentra en Internet bajo el título anteriormente anunciado.

Agrego, de antemano, unas disculpas, pues normalmente suelo cargar contra los políticos, socialistas y estatistas en modo abstracto, me refiero, en general. Nunca antes lo había hecho contra uno en particular. Si el tono está endosado de ironías, pido disculpas y me comprometo a mejorarlo en adelante, para cuando escriba a alguien en especial. El deber de todo el que intenta acercarse a la verdad es hacer añicos las ideas, nunca a las personas.

Como dije anteriormente, es mi primera vez haciendo una crítica al trabajo de un autor vivo, así que mi estructura será la siguiente: primeramente, iré desglosando su artículo y haciendo críticas puntuales. Posteriormente, objetaré la idea central/de fondo del artículo.

En primer lugar -y por curioso que suene- parto por estar de acuerdo con Luis Pablo, todos (y más los economistas) pensamos en cómo llevar a Guatemala por el camino del desarrollo económico. Aunque luego me parece una conclusión apresurada señalar que “la falta de ciertas normativas y metas claras para lograr este objetivo genera una laguna significativa que limita la capacidad del país”. Difiero parcialmente en lo de las normas si con “las normas” se refiere a lo que pide más abajo (ley de competencia). Si con normas hablamos de un ambiente institucional que sea favorable al inversionista y, como dice Víctor Espinosa (quien, curiosamente, fue profesor en la misma universidad donde Luis Pablo está haciendo su diplomado de Libre Competencia), doctor en Economía con especialización en Desarrollo económico, en su libro Principios Modernos de la Economía del Desarrollo, que los riesgos de confiscación sean bajos, es decir, que todo cuanto pueda atentar contra la propiedad esté reducido al mínimo. Me refiero a expropiaciones, impuestos altos, etc. Estos, a mi parecer, sí son los garantes del desarrollo económico: un buen ambiente institucional, y por tanto, bajos riesgos de confiscación. Luego continúa y señala que el desarrollo económico solo es concebible “siempre y cuando se mantenga una visión global que no responda únicamente a intereses económicos tradicionales”. Como si hubiera distintos tipos de intereses al actuar en el mercado. Es sabido que hay solo uno -que puede tener múltiples manifestaciones y puede conseguirse o no-, que es el de pasar de un estado de menor bienestar a uno de mayor bienestar.

Luego entramos de lleno en lo que me parece más preocupante de lo expresado por San José, lo concerniente a la ley de competencia (para mí, de INcompetencia).

Partamos por lo más evidente, San Juan cae en una falacia ad populum cuando señala:

“Alrededor del mundo, estas normativas aseguran mercados accesibles, libres y equitativos, permitiendo la entrada de diversas empresas y protegiendo a los consumidores de prácticas abusivas y desleales. En Guatemala, se mantiene un vacío que podría estarse aprovechando por actores económicos sin escrúpulos, generando un entorno de negocios poco competitivo y nada atractivo”.

Esta es una de las acusaciones más comunes que han realizado los economistas estatistas sobre por qué debemos someternos a su ley. Ellos señalan que esta ley está en todo el mundo, luego, es buena; además, Guatemala no tiene esta ley. Por tanto, Guatemala sería mejor si esta ley se aplicara. Esta es una falacia ad populum de manual, que consiste en fundamentar un punto con base en que “todos lo creen”, en este caso, que casi todos los países tienen esta ley. Bastante contradictorio con el siguiente punto en la exposición de San José, en el que apela a una discusión técnica de la ley que levanta, en parte, por medio de falacias.

Bajo esta línea de razonamiento, no quiero ni imaginar qué pensaría el señor San Juan sobre la esclavitud o sobre la discriminación racial, cuando la mayoría de los estados tenían leyes que aprobaban estas acciones y, la opinión consensuada era que eran cosas buenas, incluso naturales.

Entremos de lleno ahora en el meollo del asunto, el argumento que parece sostener toda la columna:

“Una ley de competencia es imprescindible para garantizar un mercado libre y eficiente, evitando prácticas anticompetencia que afectan tanto a los consumidores como a las empresas. Sin una normativa de este tipo, el país corre el riesgo de enfrentar oligopolios, cárteles y diversos acuerdos que limitan las opciones de compra y mantienen los precios por encima del valor de mercado”.

Mi interrogante es ¿por qué? ¿Quién dijo que esta ley era necesaria y que provocaba estos efectos? ¿La comunidad internacional? Unos párrafos más adelante, San José expresa su anhelo de una discusión técnica sobre esta ley. Señala que “recuperar la discusión técnica de esta ley es fundamental para asegurar que el proceso y la aprobación estén basados en criterios objetivos”. No podría ser más cierto lo planteado. Sin embargo, la técnica es la aplicación eficiente y rigurosa de la teoría. Una buena técnica siempre es precedida por una buena teoría. Esto es así en todas las disciplinas que existen, científicas, artísticas y de toda índole.

Este es, a mi juicio, el mayor problema del artículo. En defensa de Luis Pablo, digo que este problema no solo lo afecta a él, la mayoría de los economistas mainstream tienen esta falencia, que en algunos corre por arrogancia.  Sin la teoría no se puede hacer buena técnica de nada. San José no da luces de teoría económica pura en su trabajo, se limita a decir que (parafraseo): la ley de competencia generará más competencia, ya que cuando esta no se aplica hay menos competencia. Esto, a parte de ser un argumento circular, no tiene ningún fundamento teórico claro. No digo que no existan teóricos que crean esto, digo que, en primer orden, ellos se equivocan y, en segundo orden, San José no los cita ni recae en ellos pues parece creer que es una verdad evidente lo que escribe. Sin embargo, si fuera tan evidente no tendría que escribir a favor de ella. No conozco a nadie que hoy vea prioritario defender la ley de oferta y demanda.

Ahora, en lo que queda de mi comentario, explicaré por qué las leyes de competencia solo desagilizan el mercado, pues se basan en una afirmación teórica que es falsa: dicha afirmación es que el libre mercado, el capitalismo, el laissez faire, tienden al monopolio, y que ese monopolio es perjudicial para la sociedad.

En primer lugar, el concepto de monopolio no encierra epíteto alguno en su esencia, salvo lo que es: único oferente. Esto no quiere decir que este ponga un precio que no esté acorde al mercado, de hecho, existe el concepto de monopolio de eficiencia: el que vende el mejor bien al mejor precio; en este caso, por el contrario de perjudicar a la sociedad, la beneficia. Me explayo en esto con un buen ejemplo en mi columna Traduciendo políticos #4 ¿fallas del mercado o del Estado?, la cual puede consultarse en varios medios nacionales.

“Imaginemos lo siguiente: hay una aldea en el recoveco más profundo del interior de Guatemala. Esta aldea no solo debe luchar con los problemas de conectividad, es,  además, de escasos recursos. Tenemos entonces a un empresario que, por ejemplo, desea llevar a esa aldea alimentos básicos. A este empresario no solo le es inconveniente llegar por la difícil ubicación de la aldea, sino que también no le es tan rentable pues no puede sacarle tanta ganancia a los productos que venderá, dado que, en general, ahí viven personas de escasos recursos.

A pesar de toda esta adversidad, el empresario decide llevar la comida y aumenta, con ello, el bienestar de la aldea. Es bien sabido que, dadas las condiciones particulares de esta aldea, este empresario sea, probablemente, el único que quiera llevar comida a esta aldea. Es entonces un monopolista; sin embargo, pregunto, para los que allí viven ¿es un héroe o un villano?”

Planteado y ejemplificado qué es el monopolio de eficiencia surge una pregunta que es muy natural. Entonces, ¿cómo se crean los monopolios malos? Diremos que un monopolio malo es, como dice San José, empresas que “limitan las opciones de compra y mantienen los precios por encima del valor de mercado”. Lo que diré es que estos monopolios no pueden brotar y permanecer en el libre mercado, a la vez que solo pueden gestarse exitosamente bajo el ampro del estado.

Enfatizo que no es que no puedan crearse en un libre mercado, lo que no pueden hacer es mantenerse si lo que se busca es generar ganancias.

El libre mercado ofrece una serie de elementos que hacen imposible que un monopolio malo perdure exitosamente, explicaré tres y enlistaré otras cuantas más, recomendaré lecturas para San José y el lector, y luego me daré por satisfecho.

En primer lugar, está la competencia potencial: la posibilidad de que se creen nuevas empresas que entren a mi industria y busquen competir conmigo. Supongamos que soy monopolista del bien “mangos”, el precio de mercado de cada mango es Q3 y yo los vendo en Q6, como soy el único vendedor la gente que quiera mango deberá comprar por encima del precio de mercado. Y como es un libre mercado podría entrar otra empresa que venda mangos y que los venda a, por ejemplo, Q5. Luego otra que venda a Q4, Q3 ¡e incluso a Q2! Evitamos el monopolio sin ninguna ley, solo con la acción humana. Esto mismo ocurre igual para los oligopolios, pues, siempre que el mercado sea libre, ergo, no hay barreras de entrada o salida, no es provechoso poner un precio por encima del mercado, pues puedo hacer que entren más competidores a la industria y perder segmentos de la demanda que antes tenía.

Luego está la elasticidad de la demanda, es decir, como consumidor cuánto quiero un bien, en este caso, un mango. Quizás muchos comprarían un mango por Q3, solo un verdadero adicto al mango lo compraría por Q10. Podría argumentarse que hay bienes que son indispensables para vivir, por ejemplo, la insulina para un diabético, o un mango para un mangófilo. Aquí es donde entra nuestra tercera barrera natural para los monopolios en el libre mercado: los bienes sustitutos.

A lo mejor, yo no quiero necesariamente un mango, me conformo con cualquier fruta dulce, quizás me sirve una piña, una manzana, etc. Los bienes pueden ser sustitutos porque el beneficio que nosotros hallamos en los bienes no radica en el bien en sí, si no en la necesidad que nosotros buscamos solucionar con ese bien. Si tengo hambre, puedo solventar esa necesidad con una infinidad de bienes, puedo sustituirlos si uno de esos bienes tiene un precio al que no estoy dispuesto a pagar. Pero aún si existe un bien que deseo con todo mi ser (es inelástico) y no quiero ningún sustituto, siempre estará la competencia potencial que leerá esas señales en el mercado y hará que más competidores entren en la industria del bien en cuestión.

Otras de las características naturales, y recalco naturales pues no echo en falta ninguna ley para solucionar estos problemas, son los siguientes: la ley de los rendimientos decrecientes, los límites de calculabilidad del mercado y el comercio exterior libre.

Habiéndome quedado a gusto, y esperando haberme dado a entender correctamente, enlisto tres trabajos que sirven para entender mejor los factores naturales que hay en el libre mercado para preservar la competencia. El primero es mío: Traduciendo políticos #4 ¿fallas del mercado o del Estado? El segundo es del economista Hans F. Sennholz: The Phantom Called “Monopoly” y el tercero, y más importante, pues no solo ayuda a comprender el tema que hoy nos atañe, sino la ciencia económica en general: Introducción a la escuela austriaca de economía, de Gabriel Zanotti, el cual me ofrezco personalmente a regalarle a Luis Pablo si así lo quisiese.

Por último, debo cumplir mi promesa antes hecha ¿Quién hace y perpetúa los monopolios malos? ¡El Estado, y, precisamente, lo hace con leyes como la que San José defiende! Como hemos visto, si los monopolios malos no se pueden perpetuar en una economía libre, lo único que necesitan para permanecer vigentes y no generar bienestar a la población es que la economía esté regulada por un ente coactivo, puede ser, en menor medida, una mafia, como se ve con las extorsiones a los pequeños negocios; y, a gran escala, con el gobierno regulando la economía, poniendo barreras de entrada para el comercio internacional y regulando el mercado interno para que solo los amigos del régimen puedan vender sus productos.

Las leyes de competencia, con más buena intención que sean creadas, solo generan lo contrario a lo que buscan. La única solución para acabar con los monopolios malos es la libertad en los mercados.

Artículo anteriorBiofuturo
Artículo siguiente Por qué la Ley de Comisiones de Postulación y cómo funciona