Ingrid Julissa De La Paz Olivarez
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Contadora Pública y Auditora
Estudiante de Maestría en Gestión, Fiscalización y Control
Gubernamental / Licenciatura en Ciencia Política con
especialidad en Análisis Político
Por años, Guatemala ha sido conocida como el ;»país de la eterna primavera»; por sus paisajes hermosos y su clima agradable. Pero, para muchos guatemaltecos, especialmente los jóvenes, también se ha convertido en el ;»país de la eterna espera»;. ¿Espera de qué? De oportunidades, de justicia, de paz, de un futuro mejor que, generación tras generación, parece nunca llegar.
Nuestra larga espera por oportunidades
Para miles de jóvenes en Guatemala la educación no es la puerta de entrada a un mejor porvenir, sino un camino incierto. Si bien muchos completan sus estudios, la falta de empleo formal y bien remunerado sigue siendo un desafío insuperable. El mercado laboral está saturado y los salarios, cuando existen, apenas alcanzan para cubrir las necesidades básicas. En un país en el que la corrupción y la desigualdad estructural existen en cada rincón, la juventud se encuentra atrapada en un círculo vicioso de precariedad. La promesa de un ;»mejor mañana»; se convierte en una espera angustiosa, sin fecha de expiración.
La espera por justicia, justicia de verdad
La justicia en Guatemala es un espejismo para quienes no tienen los medios o las conexiones adecuadas. Los crímenes, desde los más atroces hasta los más comunes, quedan impunes, mientras que la corrupción sigue carcomiendo las instituciones encargadas de hacer cumplir la ley. Las juventudes, que debieran ser el motor de cambio, ven con desesperanza cómo la impunidad se perpetúa y cómo sus voces son silenciadas. En un país donde la memoria histórica está marcada por conflictos y tragedias, la juventud espera justicia, no solo por los hechos del pasado, sino también por las injusticias cotidianas que enfrentan en su presente.
El peso de la eterna espera
Esta espera no es solo un tiempo que transcurre. Es un peso que se siente en los corazones y en las mentes de quienes día a día enfrentan un sistema que les promete mucho y les da poco. Es una espera que desespera, que cansa y que, en muchos casos, lleva a la resignación o al éxodo. Porque para muchos jóvenes guatemaltecos, la única forma de romper con esta eterna espera es marcharse, buscando en otras tierras lo que su propio país no les ofrece: esperanza.
¿Qué nos queda?
Nos queda la resiliencia de la juventud guatemalteca, que a pesar de todo sigue soñando y luchando. Nos queda la necesidad urgente de romper con este ciclo de espera, de demandar y construir un país en el que las oportunidades, la justicia y la paz no sean promesas lejanas, sino realidades tangibles. Guatemala no puede seguir siendo el país de la eterna espera, es hora de que la espera termine y que las nuevas generaciones puedan vivir en un país digno de su potencial.