María Gabriela González Bran
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*Estudiante de Relaciones Internacionales de la Unidad Rafael Landívar. Defensora de la vida, la libertad y la dignidad humana como claves para poder lograr el cambio que todos queremos para nuestra Guatemala y para nuestro mundo*
Nadie es realmente defensor de la libertad de expresión, pero tal vez no porque no quiera, sino porque quizás no termina de entender qué es. ¿Es tener derecho a decir lo que uno quiera, independientemente de sus repercusiones? ¿Es ser prudente y saber callar? ¿Involucra algún criterio moral? ¿Cómo sabemos si conocemos la verdad?
Hasta cierto punto todos nos creemos portadores de la verdad. Podemos estar completamente seguros de lo que defendemos, sin embargo, hasta que no lo confrontamos con otras opiniones no podemos acercarnos a saber si esa postura es correcta o no. Por eso, el debate es necesario y, a veces, surge de la exposición de ideas en cualquier espacio público.
En nuestra Constitución ese derecho está más que protegido:
“Artículo 5.- Libertad de acción. Toda persona tiene derecho a hacer lo que la ley no prohíbe (…) Tampoco podrá ser perseguida ni molestada por sus opiniones o por actos que no impliquen infracción a la misma.
Artículo 35.- Libertad de emisión del pensamiento. Es libre la emisión del pensamiento por cualesquiera medios de difusión, sin censura ni licencia previa. Este derecho constitucional no podrá ser restringido por ley o disposición gubernamental alguna. Quien en uso de esta libertad faltare el respeto a la vida privada o a la moral, será responsable conforme a la ley. Quienes se creyeren ofendidos tienen derechos a la publicación de sus defensas, aclaraciones y rectificaciones…”
John Stuart Mill escribió
“la libertad completa de contradecir y desaprobar nuestra opinión es la única condición que nos permite admitir lo que tenga de vedad en relación a fines prácticos; y un ser humano no conseguirá de ningún otro modo la seguridad racional de estar en lo cierto”.
Aquellos enteramente seguros de sus convicciones, que tienen los argumentos adecuados, pero que también respetan la libertad propia y ajena, no deberían temer a debatir con otros. No deberían ser personas que prefieren atacar a otra persona o hacer comentarios sarcásticos. Sin embargo, la realidad es que últimamente se ha perdido mucho el debate respetuoso. Todo cae en atacar a alguien por sus creencias religiosas, a no respetar posturas conservadoras, o posturas distintas. Por este tipo de actitudes es que grandes amistades se pierden por motivos pequeños.
Sí, podemos decir lo que queramos, pero teniendo límites morales; sabiendo separar a las personas de sus ideas, sabiendo ser maduros y prudentes. Finalmente, como este es un artículo de opinión, me tomo el atrevimiento de compartir con usted mi perspectiva de lo que es la libertad de expresión.
Todos tenemos el derecho de expresar nuestros sentimientos, ideas, emociones y opiniones, siempre y cuando ataquemos ideas, no a sus defensores. Esto implica, por ejemplo, ser precavidos en los espacios públicos y en la forma en la que lo expresamos. Esto implica en una marcha LGBTIQ+, que no se hagan burlas al cristianismo, que no se permitan exhibicionismos inmorales frente a niños que deben de ser educados únicamente por sus padres y quienes ellos autoricen. También implica dejar hablar a todos, independientemente de su ideología. Si estamos en contra de lo que quieran decir, debemos dejarlos hablar, escucharlos, tratar de entender su postura, para luego rebatirlos y demostrar con argumentos que tenemos la razón. Huirle al debate es reconocer que el otro tiene razón; eso sí, hay que saber qué batallas luchar…
Debemos proteger nuestro derecho a defender nuestras ideas con argumentos objetivos y respetuosos. Y considero que sí debe existir un límite moral y de respeto a la dignidad humana, especialmente en lo público. Tenemos que defender nuestro derecho a publicar nuestras críticas a las acciones de nuestros funcionarios y gobernantes sin temor a que lo consideren ataques personales. ¿Para qué se meten a puestos públicos sabiendo que así como los querrán, los despreciarán? De la libertad de expresión se derivan valores como la transparencia, la rendición de cuentas y, principalmente, la verdad. ¿Seremos defensores de la verdad o dejaremos que la sociedad termine de caer en relativismos vacíos?