Jóvenes por la Transparencia

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Por Adam Franco

Estudiante de Ciencias Jurídicas y Sociales y de Relaciones Internacionales con especialidad en Analista Político, ambas en la Universidad de San Carlos de Guatemala
francosantizo42@gmail.com
fcccmarcodeaccion@gmail.com
Ig: Buer.42

En Guatemala es muy común que el ciudadano consciente, leído, o cuando menos con un mínimo de dignidad y sentido común, no se sienta en lo absoluto identificado con quienes ostentan los cargos de representación política. Porque quienes los ocupan son personas que han sido juzgadas socialmente como caraduras corruptos, que han injuriado tanto el concepto de “política”, que, para la gran mayoría, se han vuelto un símil de algo negativo, putrefacto, y sin remedio alguno.

En consecuencia, ese mismo guatemalteco, cuando hace referencia a personas que sí ejercían adecuadamente el ejercicio del poder público, se retrotrae generalmente a nombres de varias décadas atrás, muy comúnmente de nuestra primavera democrática, pero también de aquellos políticos que fueron perseguidos en la época del Conflicto Armado por impulsar sus valores e ideales de igualdad y progreso hasta el último momento.

De esta manera, y teniendo muy en claro que esa especie política se ha vuelto absolutamente insólita, cabe preguntarse en la Guatemala de hoy: ¿Y los políticos? Los que verdaderamente ejercían política, ¿Dónde están?

Para responder a esa pregunta tenemos dos opciones: tomamos la vía fácil (la cual nunca nos ha llevado a nada) y nos resignamos a aceptar que ya no existen, que son tan pocos que les es imposible hacer un cambio y que la política guatemalteca no tiene salvación. O, por el contrario, nos tomamos el tiempo de analizar más en profundidad nuestro mal adoptado concepto de “política” y comenzamos a cuestionarnos cómo nosotros podemos ser -y somos ya- políticos en otros aspectos.

Lo somos cuando contribuimos a tomar decisiones en nuestro ámbito laboral o familiar (no importando el impacto de estas); cuando tenemos el poder de influir en la vida de los demás y procuramos elegir lo que les sea más favorable y constructivo; cuando ofrecemos nuestras ideas y sugerencias en algo que tendrá mucho mayor impacto después; y en otras situaciones que no percibimos a diario.

Aunque quizás le huyamos a esa diabolizada descripción, somos políticos. Y podríamos serlo aún más. El gran problema entonces es que somos políticos inconsistentes, que no creen que se deba hacer demasiado, porque ya hay gente que está obligada a hacer lo que podríamos hacer nosotros mismos. O, porque, aunque tenemos la posibilidad de fortalecer esta cualidad en nosotros, no existen recompensas alicientes en nuestro sistema que nos impulsen a perseverar en nuestro lábil ejercicio político. Dicho de otra forma, la dicotomía del “que lo hagan otros” y del “¿qué gano haciendo esto?”.

Por supuesto, no sería genuino motivar a adoptar una actitud paroxismal con respecto al ejercicio político, porque la misma sería, cuando menos, irreal e implica un esfuerzo colectivo difícilmente alcanzable. Pero, cuando entendemos mejor qué es un político y qué hace, somos capaces primero de comenzar la ardua tarea de desaprender el concepto enfermo de política que impera en nuestra sociedad, y, por consiguiente, dejar de considerar a los que ocupan actualmente los cargos políticos, como tales.

A partir de ahí, el panorama se nos presenta mucho más claro, porque reconocemos la responsabilidad social que implica nuestro actuar político implícito en nuestras acciones; y, por tanto, ya no nos dejamos engañar por cualquiera que se dice “político” y al que nunca hemos visto ejercer verdadera política.

Todos somos políticos de alguna u otra forma, y esa convicción nos debe guiar a poder identificar mejor a los farsantes de los verdaderos líderes. Nos debe de dar la claridad de saber que, si uno tiene ciertos valores o principios, va a buscar los mismos o mejores en quienes quieren atribuirse un cargo público. Y no convertirse en aquellos que, gracias a su indiferencia y su nula consciencia política, terminan vendiendo al país por bagatelas.

Como dice nuestra Constitución, no somos sólo un pueblo que elige, somos un pueblo que delega, porque los que tomamos decisiones políticas también somos nosotros, ergo, somos esos políticos que pueden cambiar el país.

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