Frida Sarahí Chávez Bardales
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Hace algunos días, conmemoramos el Día de los Muertos, recordando a los que ya no están entre nosotros y el legado que dejaron en nuestras vidas. Pensar en esos recuerdos nos lleva a preguntarnos algo inevitable: ¿Cómo será el legado con el que me recordarán cuando ya no esté en este mundo? Pensar en los sucesos que han estado ocurriendo en el país, como, por ejemplo, las visibles deficiencias en la infraestructura alrededor de toda Guatemala, las constantes alertas rojas en los intentos de violación a la libertad de expresión, la palpable corrupción en los tres órganos del Estado… Y, por si fuera poco, unas elecciones próximas en las que no sabemos si hacer nuestro propio altar de muertos sea más conveniente y eficaz que esperar a la toma de decisiones de cualquier candidato que tenga la posibilidad de llegar al poder.
Cualquiera pensaría que haciendo una recapitulación de estos últimos diez meses el descontento ciudadano sería más que evidente y se compartiría a una sola voz, haciéndose presente y notable en todas las partes de la República. Sin embargo, esto no ha sido así, y tal parece que los vivos somos los que carecemos de toda atención, fuerza, valor o interés por forjar un legado verdaderamente diferente al que nuestros antepasados vivieron.
¿Estamos lo suficientemente vivos? O ¿Estamos lo suficientemente muertos? La respuesta correcta es ninguna. Últimamente, los ciudadanos parecemos muertos en vida, unos zombies que leen noticias, que ven injusticias, que ven común la situación actual de Guatemala; porque la excusa típica de mientras no me afecta a mí, realmente no importa lo suficiente para hacer algo al respecto, ya ni siquiera la están usando.
Ahora, sí le afecta a la gran mayoría y sí importa lo suficiente para hacer algo al respecto, pero adivina qué… la costumbre de sentirnos como lo hacemos actualmente y el tradicional pensamiento “Así es Guate”, como si fuera una tradición del platillo de fiambre, ha llegado a tal punto que las injusticias ni siquiera se perciben como un recalentado del día siguiente. Es un plato fuerte que al acabártelo se nos hace muy fácil limpiarnos con la servilleta del desapego y continuar nuestra velada esperando el siguiente plato de injusticia por digerir.
En esta época de reflexión, a dos meses de terminar el 2022, y teniendo nuestro futuro más presente que nunca, debido al próximo año nuevo que se avecina más rápido que tú esquivando los cráteres que se abren todos los días en las calles y avenidas del país, me gustaría que inspeccionáramos nuestros deseos y esperanzas como sociedad guatemalteca. Que reconozcamos que es una manera fugaz e inconsistente la que tenemos para dar a conocer lo que estamos percibiendo o nuestro descontento ante los acontecimientos lamentables. Pero no sólo de los instituciones públicas o privadas, sino también, por parte de muchos ciudadanos que brillan por su ausencia en la toma de decisiones, al opinar o al informarse, al no creer que será su responsabilidad tomar cartas en el asunto si se desea cambiar las viejas tradiciones pesimistas y acomodadas por nuevas tradiciones innovadoras y sublimes.
Idea, compórtate y actúa de tal forma en la que te sientas orgulloso u orgullosa de que cuando partas de este mundo, tu memoria se recuerde como la de alguien que vivió tan ferozmente que nunca sucumbió a las ataduras de las tradiciones del “siempre será así”, “no serás más que esto”, “no cambiaras nada”. Porque creíste en algo más fuerte que el pasado, y tal vez… sólo tal vez, podamos decir que las nuevas tradiciones se convirtieron en lo que algún día defendiste y las tradiciones del pasado sólo se convertirán en eso, en un pasado muy lejano.