Autor: Luis Javier Medina
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Todos los años, el 12 de agosto se conmemora el Día Internacional de la Juventud. Declarada por la ONU en 1999, tal fecha busca concientizar sobre el rol de los jóvenes frente al desarrollo económico y político de las naciones, promoviendo su participación activa en la sociedad.
Durante este mes, diversos sectores, desde sociedad civil hasta cámaras empresariales, promueven numerosas actividades enfocadas en la juventud, entre las cuales se pueden mencionar conversatorios, actividades artísticas y premiaciones. Actividades que cobraron auge con la revolución digital y las redes sociales, puesto que estamos a un click de una conferencia, una videollamada o un formulario para optar a un curso.
No obstante, a pesar de que el tema se ha puesto de moda todavía hace falta mucho por hacer. ¿Qué sucede con los miles de jóvenes que no tienen acceso a internet? ¿Qué pasa con la juventud del interior que apenas tiene para subsistir y carece de un empleo? Todos estos males sociales se reflejan en el fenómeno de la migración, en adolescentes y niños que cruzan la frontera en búsqueda de una oportunidad laboral y un mejor entorno para desarrollarse.
Así que, conmemorar esta fecha no significa que se deba felicitar al joven porque simplemente lo es, sino que debe ser un día para discutir y reflexionar sobre los retos existentes en materia educativa, económica y política para la juventud. Si no prestamos atención a todo esto, ¿Qué es lo que realmente estamos haciendo?
Por otro lado, tampoco debemos quedarnos con el análisis superficial de que todo lo que proviene de los jóvenes es mejor o que lo que diga un joven es bueno. Con ello en vez de fijarnos en lo que verdaderamente importa, es decir, en las ideas, valores y principios de alguien, nos estamos dejando llevar únicamente por una condición biológica. La historia reciente del país lo confirma. Personajes políticos que no sobrepasan los 35 años de edad, en vez de ser agentes de cambio o voceros de nuevas ideas, se han aliado con los mismos de siempre, apelando a discursos que nada tienen que ver con la juventud.
Esta tragedia únicamente puede cambiar a través de una mayor educación para los jóvenes. Precisamente, este debe ser el eje central de toda actividad que conmemore esta fecha y durante todo el año. El formar y concientizar a las juventudes es clave para que no se cometan los errores de siempre. Y ojo, en esta responsabilidad no contemplo al gobierno. Pienso que ha sido un error fatal esperar que la política venga a resolverlo todo. Por ello mi fe está puesta, no en el gobernante de turno o en el diputado, sino en las organizaciones de la sociedad civil, el sector empresarial o religioso. Al fin y al cabo, ¿a quién le beneficia más una juventud fácilmente manipulable, sino al político?
Las juventudes no son el mañana, son el ahora, pero esto lo será en la medida en que entendamos el compromiso de formar a los futuros ciudadanos. Delante de nosotros tenemos una oportunidad única. Ya basta de ver al pasado y señalar los errores de décadas anteriores, mejor pongámonos las pilas a fin de que las nuevas generaciones sean distintas. Que este sea el reto para nosotros en este 12 de agosto, pero sobre todo de aquí en adelante.