Jorge Manuel Beteta Carías
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En artículos anteriores se ha discutido, y sobre todo evidenciado, que la independencia judicial es un factor que es menester para una sociedad democrática efectiva. Anteriormente se abordó, aunque de manera muy sintética, la historia y naturaleza del juez como árbitro de la justicia y bastión de la defensa del individuo frente al Estado. Sin embargo, cabe preguntarse ¿Se ha llegado a desnaturalizar la figura del juez en Guatemala? ¿Cómo podemos enfrentar este problema? Y es que, estimado lector, aunque sea la misma pregunta que abordamos, siempre parece acabar la conversación en una premisa, que se estima tan ampliamente aceptada, que se antoja verdadera: estamos jodidos.
Sin embargo, el problema es que al momento de impartir justicia creemos que solamente los jueces son los responsables. Creemos que la justicia únicamente llega a través del juez, como único administrador de justicia cuando, en realidad, el camino de la justicia comienza desde la labor de un Ministerio Público y también de la Policía. La ciudadanía consciente no puede permitir quedarse atascada en lamentos, sino que debe levantarse y comenzar a socializar ideas. Puede que estas no sean nuevas, pero son válidas. ¿Qué alternativa tenemos? ¿Acaso es mejor ahogarse en lágrimas del conformismo, en lugar de gritar a viva voz propuestas de cambio que, aunque no sean tomadas en un principio, van erosionando ese conformismo al que como sociedad nos hemos resignado? ¿Por qué no discutimos la probabilidad de democratizar más puestos del gobierno? ¿Por qué aceptamos siempre la misma respuesta cuando abordamos la democratización?
“Tenemos un pueblo ignorante” es lo que claman muchos, pero son pocos los que actúan para cambiarlo. Einstein dijo una vez: “Locura es hacer lo mismo una y otra vez esperando obtener resultados diferentes”. Por ello es necesario cambiar los paradigmas que como sociedad hemos erigido y cultivado, y comenzar a buscar alternativas. Estimado lector, hoy vengo a despertar en usted una semilla que no es nueva, pero que ha permanecido en una especie de hibernación. Vengo a invitarlo a pensar en una Guatemala en la que los puestos de administración de justicia, las autoridades de la policía, y el fiscal general sean electos democráticamente. Donde el jefe de policía, por cada distrito, sea electo en las urnas. Donde el fiscal general sea electo a través del pueblo. Pueden fijarse estándares para que los candidatos reúnan ciertos requisitos, pero que la relación de electo y electores sea el único vínculo que una al servidor público con su función de gobierno. Hay que buscar la forma en que se elimine ese vínculo de “deuda” entre aquellos que utilizan su posición de poder para poner “a dedo” a otros funcionarios. La democracia es la mejor herramienta para evitar esas deudas que surgen, por ejemplo, entre un fulano que decide colocar a una fiscal general cuestionable, de modo que el actuar de esta fiscal no responda a la administración de justicia, sino que responda a ese amo que la puso en esa posición. Esa asquerosa complicidad es la que tenemos que comenzar a arrancar de raíz, en nuestro pensar, en nuestro actuar. Primero cambiemos nosotros y mañana la sociedad.
Guatemaltecos, creo que somos capaces de cambiar este panorama tan oscuro. Somos guatemaltecos, gente trabajadora, chispuda, cuyo pueblo ha sufrido grandes atrocidades, pero que se caracteriza por extender siempre la mano y ayudar. Somos esa gente que se levanta temprano, atraviesa el mundo, trabaja a rajatabla y sigue adelante, con o sin ayuda de nadie. ¿Cómo puedo entonces decir que el guatemalteco se ha rendido? Al menos yo, en lo personal, no puedo conjugar al guatemalteco con la rendición y apelo a ustedes, lectores, para que podamos comenzar ese cambio. Guatemala está en nuestras manos, no en la de los políticos. Cambiemos como sociedad, permitamos el diálogo sano, constructivo. No permitamos esas pequeñas “travesuras” ni sigamos permitiendo que, con eufemismos, se consienta la corrupción. El cambio es total o no es cambio.