Jóvenes por la Transparencia

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Pablo Velásquez*
pabloivelasqueza@gmail.com

El estado de Guatemala es una entidad política, geográficamente localizada en Centroamérica, y tiene nominalmente un gobierno descrito como representativo, republicano y democrático. A través de este estado es que se ha formado nuestra idea de una nación soberana llamada Guatemala. Y en nuestro sentimentalismo nos gusta analizar la historia de esta tierra con un lente sesgado a nuestro sueño, el de un estado que responde a la necesidad de nuestra nación. Sin embargo, es difícil enfrentar una triste realidad, en la cual nos damos cuenta de que eso que podemos amar, no es realmente lo que deseamos.

Las guerras de independencia latinoamericanas fueron causadas por una lucha de poderes locales contra los poderes colonizadores europeos, y fueron justificados por ideas de la ilustración. Es por eso que los cabildos anteceden a la revolución, y grupos “minoritarios” como pueblos originarios o esclavos afroamericanos, lucharon junto a los ejércitos realistas. Es por eso que en lugares donde la aristocracia local (véase el Perú) no estaba interesada en la independencia, se convirtieron en bastiones realistas en América. Ese elemento de representatividad era muy difuso. Los conflictos entre conservadores y liberales o blancos y colorados son pues también de alguna forma el resultado de este problema. Las elites tradicionales se enfrentaron a una pequeña y nueva elite, conocida como la burguesía en el marco histórico de la revolución liberal y burguesa que son base de nuestros sistemas políticos actualmente. Tras la victoria liberal, la representación se amplió, mas no afectaba a toda la población, y grupos minoritarios debieron de nuevo resignarse a una posición de segunda clase.

Existe también el cuasi mito que estas revoluciones eran también antimonárquicas. Sin embargo, es posible ver que algunos movimientos fueron motivados por monarquías (Brasil), otras se concretaron en monarquías (el primer imperio mexicano), otras se desarrollaron en monarquías (Haití), y otras tenían deseos de ser monarquías (por ejemplo las ideas del libertador José de San Martín). Quizá el mejor ejemplo de un fuerte republicanismo proviene de las ideas de Simón Bolívar, el cual quizá de forma irónica, estaba inspirado en la monarquía constitucional británica y casi lo acusan de querer establecerse como monarca (similar a Napoleón, a quien también despreciaba por haberse declarado emperador). Las fuerzas de la revolución entonces desearon mostrar que se había dado un cambio y esto lo hicieron al oponerse al poder de los europeos y sus monarcas, pero manteniendo una figura de presidente fuerte que básicamente hace de monarca. Y este puesto ha sido reforzado por el caudillismo típico de la región.

Lo explicado previamente, tiene también repercusión en el presente. Es difícil llamar a los países en Latinoamérica, incluyendo a Guatemala como estados democráticos. Con una ciudadanía en un estado de sopor y una corrupción sistemática. Aquello que creemos que somos, fuimos y hemos sido no es lo que parece. Es tras todo esto que propongo que lo que se necesita es una revolución estatal, esta vez proveniente de la ciudadanía. Es un proyecto en el que se requiere de todos, un frente unificado. Y uno de esos objetivos debe ser la erradicación de la corrupción como institución, el mayor y más obvio de todos los males acarreados durante estos 200 o 500 años de historia.

*Estudiante de derecho en la Universidad de Tübingen, Alemania. Aficionado de la historia, política y filosofía. Partidario por la democracia, revolución y unión latinoamericana.

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