Jóvenes por la Transparencia

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Pablo Velásquez (Pabloski Vlad)*

Ya va casi un mes desde la conmemoración del bicentenario centroamericano de la independencia de España. Si bien he sido crítico sobre la forma en la que se conmemoró por no tomar en cuenta el legado conjunto de las cinco naciones centroamericanas y por cómo se atribuye falsamente conceptos de naciones estados a ese marco histórico, me es imposible de alguna forma admirar lo que se logró. La firma de la independencia le trajo al pueblo en el Reino de Guatemala la capacidad de autogobernarse, la ruptura de esta relación de dominación política y económica y el potencial de actuar para construir un futuro mejor.

Sin embargo, Centroamérica se encontraba en un punto crítico. Carecían de un ejército para proteger las tierras de posibles regresos del ejército español (lo cual era una preocupación normal para los grupos revolucionarios). Es por esta razón que Centroamérica decide anexarse al Primer Imperio Mexicano (aunque la anexión a la Gran Colombia era también una posibilidad). La idea era obtener la fuerza a través de la unión, pero al final el proyecto fracasó y Centroamérica se volvió independiente de nuevo.

Es esta incapacidad de poder protegerse del exterior, una de las principales fuerzas conductoras de la política en los países latinoamericanos. Latinoamérica se convirtió entonces en un campo de juego y batalla de las potencias mundiales. Pocas veces se pudo evitar la fuerza. Las intervenciones francesas en México son un ejemplo de esto y para nosotros, en el caso centroamericano, un gran ejemplo muchas veces olvidado es la Guerra Filibustera o Contra los Filibusteros, en la cual Nicaragua había sido tomada por filibusteros esclavistas estadounidenses y en la cual las repúblicas centroamericanas se apoyaron mutuamente para expulsar esta influencia de la región y triunfaron.

Esto nos muestra uno de los grandes jugadores en nuestro hemisferio: Los Estados Unidos de América. La relación con el vecino del norte ha sido turbulenta. Para no irnos muy lejos, solo se necesita ver lo que ocurrió con la Operación PBSUCCES lanzada en 1954 contra el aquel entonces presidente Juan Jacobo Árbenz Guzmán. La influencia es realmente grande, y al ser geográficamente cercanos al Estado más fuerte del planeta, esa influencia se vuelve realmente enorme. Esa influencia es quizá hoy en día más diplomática que militar, como por ejemplo ese discurso de la vicepresidenta Kamala Harris instando a no ir, no prohibiendo, pero tampoco otorgando. Y aún más cercano al día de hoy, está el caso ocurrido el 20 de septiembre, donde los EE.UU. marcaron a líderes centroamericanos como parte de una lista de actores corruptos y antidemocráticos.

A simple vista, podría parecer inofensivo o incluso positivo, pero me preocupa más lo que esto representa para nuestro trato de la corrupción. Muchos impulsos en favor de un estado más limpio provienen a veces más de afuera que de adentro y esto es algo a lo que le debemos de tener cuidado. Los cambios políticos deben de darse desde la voluntad popular, y no provenir desde un Estado exterior, pues si esto ocurre, nos entregamos a ser serviles a estos. Es por eso que debemos enfocarnos en cambiar democráticamente nuestro Estado por dentro, avivar ese sentimiento primero y luego buscar la colaboración cuando sea conveniente y necesaria.

*Estudiante de Derecho, historiador aficionado y amante de la filosofía política.

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