Pedro Pablo Marroquín Pérez
pmarroquin@lahora.com.gt
@ppmp82
El día de ayer se confirmó que Estados Unidos no invitó a Guatemala a una cumbre relacionada a la democracia en el mundo y la verdad es que, por mucho que nos moleste no somos una democracia real y debemos hacer el mejor esfuerzo por lograrlo.
En una democracia real y plena, el ciudadano tiene una voz plena, expresada en las urnas en elecciones que se celebran con plenas garantías legales y quienes resultan electos piensan más en el país y los electores que el derecho de su nariz y los negocios. Los negocios persisten, pero las caras cambias.
Cuando funciona la democracia, uno elige diputados por su nombre y apellido y no por medio de listados cerrados en los que se cuela (porque pagó) cualquier mafioso o algún operador del narcotráfico y el crimen organizado.
No podemos decir que somos una democracia, si nuestra autoridad electoral protege a los partidos de ideología narco y arropa a quienes han sabido usar los recursos del Estado para satisfacer sus propias necesidades. Recuerde que a esos magistrados del Tribunal Supremo Electoral (TSE) los elige el mismo Congreso de la República que alberga a muchos que se han convertido en los Padres del Negocio.
Un elemento clave para que funcione cualquier democracia es un Estado de Derecho real y lo que hay en Guatemala es un sistema controlado por mafias. Hay quienes, como golondrina que hacen verano, se esfuerzan porque la aplicación de la ley sea no solo objetiva si no que se convierta en norma, pero terminan en franca minoría cuando los que desean regresar al pasado de impunidad controlan la Corte de Constitucionalidad (CC), la Corte Suprema de Justicia (CSJ) y el Ministerio Público (MP).
Basta ver los hechos de ayer. El MP, en lugar de ir tras quienes orquestaron la quema del Congreso y los que la operaron, realiza dos capturas que queda ligadas por “pintas”. No apoyo las pintas de ningún tipo, pero me parece que nos quisieron ver la cara al “caerle” a dos personas, pero no se investiga la represión policial del 21 de noviembre del 2020 y las quemas del Congreso (van dos en menos de un año).
En una democracia real, el ciudadano honrado, el trabajador decente, el empresario capaz y el emprendedor nato, no tienen necesidad de hacer romerías para conseguir que el Estado haga su trabajo como debe de ser. Aquí complican las cosas dejando la puerta abierta al famoso “¿y no hay otra forma de resolverlo, usted?”, sabiendo que esas simples palabras son la autopista de la corrupción.
En una democracia sana, el honrado no tiene por qué suplicar nada. A la gente que quiere, desde cualquier estrato social o posición económica, se le debe dejar trabajar y acompañar en los procesos para que los potenciales lleguen a su máximo.
Hoy no somos, pero no debemos resignarnos, rendirnos y darnos por vencidos. Si siendo una democracia que le da la espalda a su gente, tenemos millones de guatemaltecos, que luchan, que se esfuerzan, que logran agregar valor, que hacen de su trabajo una actividad de total dignidad, ¿qué no podremos lograr si hacemos los ajustes para ser una verdadera democracia?
Esto va más allá de la no invitación. Esto se trata que vivamos en plenitud en un país que queremos y que poco a poco le ha ido cerrando los espacios a la gente honrada.