Pedro Pablo Marroquín Pérez
pmarroquin@lahora.com.gt
@ppmp82
Más de una semana de repudio ciudadano expresado en las calles y de molestia expresada en redes sociales, todo sigue igual. Porras sigue generando Consuelo en quienes desean seguir ordeñando el sistema vía la corrupción, el presidente Alejandro Giammattei quiere seguir liderando a los que se sienten cómodos ordeñando al país con la tranquilidad que genera la Fiscal General, la mayoría del Congreso sigue en las andadas y la mayoría de magistrados de las cortes del país tienen claro su rol para fortalecer el sistema en la corrupción y la impunidad.
Se pronunció la gente, se expresaron los países amigos, ha ido quedando en mayor evidencia los impedimentos que generó Porras causando Desconsuelo en los fiscales, los cinismos del Presidente que dice que, quien manifiesta, no ha visto lo que se ha avanzado (no quedó claro si se refería al país o los avances que él y Miguel Martínez han tenido), pero al día de hoy, todo permanece igual.
El país debería estar entrando en una etapa de transición en el Ministerio Público (MP) porque los compromisos de Porras que ha cumplido a cabalidad nos saldrán caros como país y no debemos descartar que el día de mañana, las acciones que ella ejecuta nos vayan a pasar una factura también en temas económicos y de comercio internacional.
Pero lejos de ella estar pensando si renuncia o Giammattei si justifica su remoción (no lo hace porque sabe que se le viene la noche con la justicia), a esta hora siguen tramando sus próximas jugadas que terminarán dejando al país y a la sociedad misma en una compleja situación que nos acercarán más a Venezuela o Nicaragua, en donde los regímenes apuntalan el totalitarismo.
Y es que hay un factor que debemos asumir con responsabilidad: la razón por la que todo sigue igual es porque nosotros como sociedad, como actores con posibilidad de incidir, no hemos sido capaces de construir los puentes necesarios para forzar los cambios, buscando reencauzar un país que se nos escurre como agua entre las manos.
Los extremos siguen siendo muy ruidosos y las desconfianzas en los moderados muy grandes. Siempre he dicho que para los primeros hay que hacer un cuadrilátero especial para que se “agarren entre ellos”, pues los hay tanto en la derecha como en la izquierda.
Y para los que son abatidos por la desconfianza, es necesario abrir los espacios para que al menos puedan existir comunicaciones francas que nos ayuden a cerrar las brechas que no nos permiten construir confianza. Ya basta del “no me junto con X porque solo chulo no me dirán”.
Las cosas no han cambiado porque las personas que están en medio (sin importar si son de derecha o izquierda), alejadas de radicalismos y con clara noción de lo que como país necesitamos, no han atinado a unirse alrededor de causas comunes. Esa “separación” hace que el deseo de cambio, de ajustes, de reforma, pierda su fuerza.
No es cuestión de sentimentalismos, es de pura practicidad, sobrevivencia y cambio. Si no somos capaces de unir la capital con el interior, lo urbano con lo rural, ladinos con indígenas, a pobres con ricos, al patrono y al empleado, al empresario con grupos sociales, el tiburón de populismo nos comerá porque los radicalismos como los de Zury Ríos o CODECA nos pasarán una enorme factura.
Si no somos capaces de ir generando esos espacios, no espere que las cosas cambien, que Giammattei deje de pensar más en cómo satisface los deseos de negocios de su gente y que Porras deje de ser el Consuelo de la Impunidad.
En Venezuela y Nicaragua no se ha logrado acabar con los regímenes totalitarios de impunidad, porque la sociedad no ha sido capaz de articularse, pues son más ruidosos los que evitan la unión que todos aquellos que lucha a diario para alcanzarla.
En otra palabras, Giammattei y Porras están en posición de seguir “deshaciendo el país” por nuestra incapacidad de somatar la mesa, de decir ya basta y presentar la ruta consensuada que como país anhelamos para salir adelante.