Oscar Clemente Marroquín

ocmarroq@lahora.gt

28 de diciembre de 1949. Licenciado en Ciencias Jurídicas y Sociales, Periodista y columnista de opinión con más de cincuenta años de ejercicio habiéndome iniciado en La Hora Dominical. Enemigo por herencia de toda forma de dictadura y ahora comprometido para luchar contra la dictadura de la corrupción que empobrece y lastima a los guatemaltecos más necesitados, con el deseo de heredar un país distinto a mis 15 nietos.

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Hace ya algún tiempo que he escuchado homilías pronunciadas por el padre Chuck Ruoff en la Iglesia San Marco y siempre me ha impresionado su forma clara y precisa de interpretar la palabra de Dios y aplicarla a la vida diaria. Este domingo el evangelio relata cómo los apóstoles discutieron entre ellos quién era el más grande (the greatest dice el texto en inglés) o importante, como reza la edición en español. Y los 12 callaron cuando Jesús les preguntó qué tema discutían, pero él les dijo: «Si alguno quiere ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos».

Infinidad de veces se ha escuchado ese evangelio, pero el padre Chuck lo aplicó a dos términos en particular. Dijo que los hombres y mujeres nos esmeramos por ser vistos como los más grandes y que no hay obituario más hermoso que el que habla de la muerte de un gran hombre o una gran mujer. Sin embargo, dijo, ser grande no tiene ningún sentido si alguien no es bueno, aunque cuando se dice que murió un buen hombre o una buena mujer parece como que simplemente se usa el término con forma relativamente compasiva.

Ser bueno, según el sacerdote, es exactamente lo que Jesús dijo a sus apóstoles, es decir, ser el último de todos y el servidor de todos y el que está dispuesto a tanto como a dar la vida por sus semejantes. Entre los políticos y quienes sueñan con serlo, que le digan a alguien que es un hombre bueno resulta poca cosa porque todos quieren que les llamen los más grandes. De hecho hay cientos de gobernantes que fueron llamados “El Grande”, empezando por Alejandro y Alfonso de Asturias hasta llegar al Sultán Zayn al-Abdin el Grande.

La lista de gobernantes que hayan sido llamados “El Bueno” ni siquiera existe porque a la bondad, que implica hacer todo por los semejantes, no se le da ninguna importancia. Hoy en día la palabra Great no solo la usa Trump en su frase sobre hacer grande nuevamente a Estados Unidos, sino que cualquier político o figura pública prefiere ser calificado como grande y no como alguien bueno. De hecho al usar la inteligencia artificial para diferenciar los dos conceptos dice que grande es, por ejemplo, un atleta que siempre trata de hacer las cosas mejor mientras que bueno es quien se siente que ya lo sabe todo, mal entendiendo por completo los conceptos.

Desde los tiempos de Cristo el hacer todo por los demás no era costumbre y por ello Jesús insistía tanto con sus discípulos para que lo entendieran y practicaran. Hoy en día, cuando la existencia de tantos medios de comunicación abruma, es mucho más fundamental ser reconocido como alguien importante, como alguien grande, que ser visto simplemente como alguien bueno, es decir, alguien que no piensa en sí, en su ego, sino en el bienestar de los demás.

Y cabalmente ese detalle es fundamental cuando se ven y estudian las actitudes de los políticos a lo largo y ancho del mundo porque desde Giammattei hasta Trump, todos quieren ser vistos como grandes para ser más autoritarios, olvidando por completo el sentido del servicio público que es y debe ser el servicio a los demás.

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