Oscar Clemente Marroquín

ocmarroq@lahora.gt

28 de diciembre de 1949. Licenciado en Ciencias Jurídicas y Sociales, Periodista y columnista de opinión con más de cincuenta años de ejercicio habiéndome iniciado en La Hora Dominical. Enemigo por herencia de toda forma de dictadura y ahora comprometido para luchar contra la dictadura de la corrupción que empobrece y lastima a los guatemaltecos más necesitados, con el deseo de heredar un país distinto a mis 15 nietos.

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Justamente en estos días estoy leyendo el libro “Equipo de Rivales” (Team of Rivals), el cual describe cómo Abraham Lincoln logró hacer tan poderoso al Partido Republicano gracias a su enorme capacidad para aglutinar a las mentes más brillantes y disímiles, para trabajar juntos en una etapa tan dura como la del fin de la esclavitud y la guerra civil que asoló a Estados Unidos. Impresiona la sencillez de Lincoln y su enorme talento para reunir a sus más brillantes rivales dentro del partido de manera que pudieran trabajar juntos desde el gobierno. Y hace pocos días, cuando se presentó en televisión anunciando la venta de sus estampillas electrónicas, que son un elogio a su egocentrismo, Donald Trump dijo que les hablaba el mejor presidente de los Estados Unidos, diciendo textualmente que mejor que Lincoln, que Roosevelt o Reagan, lo cual simplemente lo pintó de cuerpo entero.

Ayer el Partido Republicano vivió una experiencia que no se había visto en el Congreso de Estados Unidos en, por lo menos, cien años. El más destacado miembro del partido en la Cámara de Representantes, el californiano Kevin McCarthy, no logró en tres rondas de votaciones los votos necesarios para convertirse en el líder de la mayoría que tiene su partido y lejos de avanzar en las rondas, ganando algunos nuevos adherentes, en cada una aumentaron los votos de rechazo, lo cual lo coloca en una terrible posición.

El efecto de Trump en el Partido Republicano se veía venir, pero alguien que nunca lo entendió y se convirtió en su mandadero más lambiscón fue precisamente McCarthy, quien ahora sufre la oposición de muchos de los más leales trumpistas que lo rechazan por medias tintas. Hace tiempo he venido pensando y hablando de la enorme factura que tendrá que pagar el viejo partido de Lincoln, porque enorme ha sido también el daño por haberse sometido de manera tan absoluta y abyecta a los dictados de ese presuntuoso millonario que, por lo visto, no tiene ni para pagar impuestos, pero que sigue sacando pisto a sus abundantes seguidores.

Los republicanos esperaban el año pasado una aplanadora de votos que les diera el control tanto del Senado como de la Cámara de Representantes, algo que es relativamente normal en elecciones de medio período cuando la oposición se beneficia del desgaste del partido que ocupa la Casa Blanca. Sobre todo por temas como el de la inflación que está castigando a los consumidores de Estados Unidos y que, aunque no haya sido responsabilidad de Biden, produce efectos que afectan el bolsillo de la gente generando malestar.

Pero la egolatría de Trump, quien realmente se cree el máximo líder del mundo, le llevó a postular a sus candidatos, todos muy malos, que terminaron perdiendo las elecciones sin alcanzar la mayoría en el senado y con apenas una raquítica mayoría en la Cámara. Y ayer se vio el efecto que ha causado esa dominación que mantuvo sobre “su” partido que ahora, muy lejos de ser un muy calificado equipo de rivales, es un alboroto de grandes proporciones donde todavía se verán mayores consecuencias.

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