El resultado electoral en Brasil terminó siendo cerrado, como se esperaba, luego de una campaña entre Lula y Bolsonaro que superó cualquier expectativa por la dureza de los frontales señalamientos entre uno y otro aspirante, recurriendo en ambos casos a radicales populismos que dividieron profundamente a la sociedad brasileña. Lula será el Presidente por escasa mayoría, pero la gran duda que surge es si será capaz de lidiar con la extrema polarización generada por esta campaña y que virtualmente dividió en dos a la población.
Siempre, tras una apretada elección, quedan heridas difíciles de sanar y que demandan mucho talento del ganador para superar las diferencias naturales de una contienda electoral. Pero cuando esas diferencias se llevan a extremos y se explota el tema de la polarización, ahora tan extendida por el mundo como uno de los instrumentos de la propaganda política, creo que se siembra un verdadero campo minado que hace muy difícil armonizar los distintos intereses.
De entrada, Bolsonaro adelantó que no aceptará el resultado electoral y tampoco lo harán sus seguidores, quienes verán en la figura de Lula a un presidente según ellos ilegítimo, tanto como lo es Joe Biden para los trumpistas en Estados Unidos. Obviamente, gobernar en esas condiciones no es cosa fácil, sobre todo cuando la contraparte se mantiene activa y hará uso de todo su poder y de las cada vez menos objetivas redes sociales para difundir sus mensajes de odio.
Yo estoy convencido de que no hay tema más destructor dentro de la humanidad actualmente que la hábil explotación de las diferencias para generar ese clima de absoluta polarización y si algo hacía falta para empeorar las cosas, la nueva política de Twitter que se abre a cualquier conspiración, por maliciosa y burda que sea, será una gravísima complicación a algo que ya estaba sumamente enredado.
Y es que la libertad es importante y vital para la búsqueda de la verdad, pero cuando la libertad se utiliza para manipular la realidad y engañar a la gente, obviamente que se dan situaciones muy complejas que, tarde o temprano, terminarán provocando violentas confrontaciones y eso es lo que pinta en el panorama de un Brasil tan dividido y, aunque parezca absurdo, también de una antigua sociedad democrática como ha sido Estados Unidos. Porque al abandonar la razón y dar cabida a cualquier patraña que repetida miles de veces se convierte en “verdad”, sobre todo si la misma se propone sembrar el odio además de la discrepancia, resulta inevitable la perspectiva de una guerra civil de terribles consecuencias.
Brasil será un interesante laboratorio para medir qué tanto se puede lograr desde el poder para lidiar con la polarización y reducir sus radicalismos. Los próximos meses dirán si Lula da Silva tiene el talento y la capacidad para dirigir a su país sin exacerbar más las pasiones, aun sabiendo que su futuro puede depender de mantener a su base apegada a sus ideas mediante propaganda muy radical.
Y ello interesa porque aquí, en nuestra Guatemala, aún sin caudillos, caímos presa de la polarización más tonta que pueda imaginarse.