El pasado fin de semana escuché una homilía en la que se planteó que los cristianos no debemos andar juzgando a nadie y, al contrario, tenemos que entender que serán muchos los que irán al cielo, incluyendo aquellos a los que algunos fieles han señalado y criticado. El sacerdote cuestionó la validez de la pregunta que, según el evangelio, alguien le hizo a Jesús inquiriendo si era cierto que son pocos los que se salvan y dijo que la pregunta era de un pesimista y que él es optimista y pone más atención al final del texto de San Lucas, en el sentido de que “vendrán muchos del oriente y del poniente, del norte y del sur, y participarán en el banquete del Señor”.
Cuestionó que la gente se ande fijando en lo que hacen los otros y que uno debe vivir su vida sin que le perturben las acciones del prójimo. Pasó por alto que el Señor le respondió a quien preguntaba de manera firme así: “Esfuércense en entrar por la puerta, que es angosta, pues yo les aseguro que muchos tratarán de entrar y no podrán… Apártense de mí todos ustedes que hacen el mal”.
Yo entiendo la postura caritativa y amorosa del sacerdote que nos pide no juzgar y, mucho menos, condenar a alguien simplemente porque con nuestro prejuicio le descalificamos, pero también entiendo muy bien aquella vieja expresión marxista de que la religión es el opio de los pueblos cuando esa actitud cariñosa significa adoptar la actitud de los tres monos sabios de no ver, no escuchar y no hablar ante la realidad que uno está viviendo.
Somos un pueblo que de tan paciente cae en la indiferencia. Estamos viendo cómo en nuestra cara se roban todo y la forma en que se ríen de nosotros, entonando himnos y clamando por bendiciones que son del diente al labio, porque en el día a día están concentrados en alzarse con bienes ajenos. Y un sermón como el del cura de referencia cae como anillo al dedo para una sociedad que no quiere saber de nada y que voltea la vista aún ante el descarado saqueo que se hace de los fondos públicos y el daño que ello causa a millones de habitantes que se han visto forzados a huir de un país que les da la espalda.
Es cierto que tenemos muy malos políticos, pero ello es resultado de la carencia de ciudadanos que entienden y cumplen su papel como parte de una sociedad que, adormecida por discursos de tolerancia o por las mismas ambiciones, ha perdido su norte de la misma manera en que lo perdió el Estado al dejar de ser promotor del bien común y centrarse en el enriquecimiento de unos cuantos.
Cierto que muchos no judíos participarán en el banquete del Señor porque es enorme su misericordia, pero no podemos olvidar la lapidaria expresión de que se aparten de Él todos los que hacen el mal y esa frase, tan contundente, se la pasó de noche el benevolente y cariñoso sacerdote que nos pide no juzgar, no criticar y menos condenar a alguno de nuestros semejantes.