Oscar Clemente Marroquín

ocmarroq@lahora.gt

28 de diciembre de 1949. Licenciado en Ciencias Jurídicas y Sociales, Periodista y columnista de opinión con más de cincuenta años de ejercicio habiéndome iniciado en La Hora Dominical. Enemigo por herencia de toda forma de dictadura y ahora comprometido para luchar contra la dictadura de la corrupción que empobrece y lastima a los guatemaltecos más necesitados, con el deseo de heredar un país distinto a mis 15 nietos.

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El 6 de enero del 2021 en Estados Unidos demostró hasta qué punto se ha llegado a ver como algo normal el uso de la violencia dentro de un sistema político que por años presumió de ser la inspiración democrática de todo el mundo. Un presidente a quien no le gustó el resultado de elecciones en las que sufrió una estruendosa derrota, le fue fácil convocar a sus seguidores para que se montara un ataque armado contra el Capitolio, sede del Senado y de la Cámara de Representantes, con la consigna de forzar a una resolución que desconociera ese revés electoral.

El mismo Vicepresidente de Estados Unidos, encargado de presidir la sesión conjunta de ambas cámaras para certificar los resultados de todos y cada uno de los distritos electorales, se convirtió en objetivo de los agresores armados que afanosamente lo buscaron por todos los recovecos del Capitolio para obligarlo a la fuerza a hacer algo ilegal o para matarlo si no se sometía a la exigencia de la multitud.

El liderazgo de Donald Trump con grupos radicales armados, a quienes les importa un pepino la democracia, no es casual porque a él mismo tampoco le importa ni la democracia ni la legalidad. Lo que no hizo ni Richard Nixon, quien pensó llevarse todas las grabaciones que se hicieron en la Casa Blanca y que lo implicaban en el caso Watergate pero desistió ante el consejo de sus asesores, lo hizo Trump llevando a su casa en Palm Beach, Florida, documentos altamente secretos que debieron ser resguardados en el Archivo Nacional. Agentes del FBI, cumpliendo con una orden judicial, recuperaron esos documentos tras un allanamiento de la residencia del expresidente.

El disgusto de Trump ante el acto de la justicia ha sido descomunal y se tradujo ya en una actitud beligerante de las huestes que lo siguen y que lo consideran su líder. Agentes policiales y del FBI alrededor de Estados Unidos están siendo amenazados de muerte por fanáticos trumpistas que consideran como un injustificado ataque a su líder el que se le aplicara simple y sencillamente la ley que ordena que los documentos de la Presidencia tienen que ser colocados en el Archivo Nacional y no en la casa de los expresidentes, sobre todo cuando se trata de algunos que contienen secretos de Estado que pueden ser vitales para la seguridad nacional.

Pero ya nadie ve como algo extraño lo que ocurre en Estados Unidos, país en el que los miembros del viejo gran partido, como se autonombraron los republicanos, han caído bajo el yugo de un líder corrupto e inestable que está acostumbrado a hacer su capricho en lo que le da la gana. Quien presumió de que podía agarrar impunemente a cualquier mujer de sus partes íntimas y aun así fue electo Presidente, se considera con la autoridad para seguir haciendo lo que le pase por la cabeza y así como lanzó a sus seguidores a ocupar con armas el Capitolio, ahora tiene a gente armada con fusiles de alto calibre frente a las delegaciones de policía y del FBI para hacerles ver que no hay más ley que la voluntad de Trump que, para ellos, es superior a la misma Constitución.

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