Creo que no hay institución en todo el país con tan larga trayectoria de inutilidad y tapadera de corruptos como la Contraloría General de Cuentas de la Nación, entidad llamada a la fiscalización del uso de los fondos públicos y que centra sus actividades en lo que hacen funcionarios de poca monta, haciéndose de la vista gorda, secularmente, con lo que hacen los encopetados que hasta el bufete contratado por Giammattei para un arbitraje, pero que es experto en defender a los de la lista Engel, llama de “cuello blanco”.
Pues a esa institución le toca el turno ahora de entrar en el juego de las postulaciones que ya sabemos bajo qué reglas se practica y si algo se puede anticipar es que quien resulte electo o reelecto estará más amarrado y comprometido que cualquiera de sus predecesores, lo cual ya es muchísimo decir. En realidad al país no le quita ni le pone quién llegue a la Contraloría porque de todos modos nunca ha servido absolutamente para nada más que para arropar a los corruptos bajo el principio de que mientras más alto sea el cargo mayor es la protección que se le tiene que brindar.
Siempre el Presupuesto ha sido una especie de caja chica para los funcionarios que pueden hacer micos y pericos pese a las leyes que regulan compras y contrataciones puesto que hay miles de recovecos que utilizan para esconder las mañoserías pese a la presencia supuestamente permanente de delegados de la tal Contraloría. Pero nunca, como ahora, se había llegado a los niveles de corrupción que se observan porque, mal que bien, siempre quedaba la preocupación de que algo llegara al Ministerio Público y allí se pudiera iniciar alguna investigación de las que llegaron a hacer tanto alboroto y que, años atrás, mantenían preocupados a muchos de los que roban a manos llenas.
Y es que si entendemos la dinámica actual del ejercicio del poder, nada hay que les ocupe tanto como esa forma de consolidar el principio de la absoluta impunidad. Luego de los acontecimientos del 2015, cuando se produjo el gran destape de las mañas acostumbradas por nuestros gobernantes y sus allegados, en tiempos de Jimmy Morales no sólo empezó el desmantelamiento de todo ese esfuerzo sino se dispuso que nada igual volvería a ocurrir. Morales avanzó bastante, sobre todo con el control del Ministerio Público que era la piedra angular de la lucha contra la corrupción, pero sus pasos fueron puros tanes comparados con los que vino a dar el gobierno de Giammattei que ya no se preocupó ni por guardar las formas porque se ha aprovechado con toda precisión de esa secular y fatal indiferencia de la ciudadanía que puede estar viendo mil tempestades que no se arrodilla ni siquiera para pedirle a Dios, no digamos para agarrar fuerzas para una reacción encendida, como corresponde frente a la desfachatez de quienes gobiernan.
En otras palabras, los que se postulen para el cargo de Contralor deberán ser parte de la jugada y los postuladores tendrán cuidado de meter en la lista sólo a los de la foto, los que ya pactaron con el nuevo gran articulador, el que hasta tiene articulado al mismo gobernante y en cuyas manos estarán quiénes si y quiénes no serán inscritos candidatos,